¿Pero, qué fue lo que ocurrió?

February 15, 2020

Ciertamente es lamentable, pero la historia de la iglesia en general está salpicada de situaciones de escándalos en la vida de pastores, líderes y miembros. Muchos, tal vez, hemos sido testigos—o vivido cerca—de este tipo de situaciones. Sucede que, a vista de todos, tales personas llevan una vida cristiana ejemplar, son muy fieles e íntegros; y de manera repentina, todo se desploma en sus vidas y se descubre el pecado. Sabemos que nuestra mirada debe estar fija en el Salvador de nuestras almas. Sin embargo, cuando algo así sucede nos preguntamos: ¿qué fue lo que ocurrió con este pastor, líder o hermano? Cuesta hallar una explicación. Más aún, Pablo nos advierte: «… el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1Co 10.12). Entonces, es importante no sólo saber qué pudo haber ocurrido, sino también qué es lo que nosotros debemos hacer para no vivir la misma situación.

Está demás decir que, a diferencia de otros temas, no escribo sobre esto con entusiasmo. De hecho, pensar en esto me desanima un poco, pero de todos modos hay que reconocerlo, las situaciones de escándalo ocurren, es cierto. De vez en cuando, hasta inclusive por medios de prensa masivos se confirman escándalos de cristianos ligados al ministerio o a posiciones de alto rango dentro de la iglesia. Sin duda, algo así hace que muchos tropiecen. Una de las reacciones inmediatas ante la caída pública de un pastor o hermano respetado es una sensación de traición. Especialmente aquellos que se han identificado con el trabajo y ministerio de un pastor sienten que han sido engañados. Es natural que nos dolamos. Jesús dijo: «…porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!» (Mt 18.7). Pero, ¿qué fue lo que ocurrió con ese pastor o hermano que se veía tan bien y repentinamente su vida se desploma? La verdad es que ese aparente colapso repentino no es otra cosa, sino un proceso que comenzó con mucha anterioridad. Es muy parecido a lo que ocurre con el pilar que sostiene una casa y que por algún motivo se agrieta. A veces, esa grieta pasa desapercibida y con el paso del tiempo se va agrandando hasta llegar al punto de malograr la estructura del pilar. Si este no se rehabilita la casa terminará en el suelo. Similar a lo que ocurre en una reacción en cadena. La sola reacción de una minúscula partícula causa una o más reacciones subsecuentes, lo que lleva a la posibilidad de que una serie de estas reacciones se auto-propague hasta liberar una enorme cantidad de energía, provocando gran daño en el caso de una explosión.

De igual manera es lo que ocurre con la vida del cristiano. Cuando el creyente llega al Evangelio, el impacto que Dios produce en su vida es tan grande, que nace en él un deseo insaciable por estar en comunión con su Creador. Una vida de devoción que se traduce no solamente en participar en cuanto servicio o actividad haya en la iglesia, sino también en dejar espacios de deliciosa intimidad para encontrarnos con Dios. Espacios de tiempo en la presencia del Señor que deberían ser insustituibles. Pero, a medida que se van desarrollando nuestras vidas, diversas actividades van capturando nuestro tiempo; por ejemplo, el trabajo, los estudios, la familia, las amistades, las vacaciones, el ocio, las redes sociales y por supuesto también las labores ministeriales. Todas estas actividades—por muy legítimas que ellas sean—compiten por nuestro tiempo y negociamos con ellas, sacrificando algunas en beneficio de otras. Al final, nuestra vida pasa a ser una verdadera simbiosis con todas estas actividades que poco a poco llegan a consumir todo nuestro tiempo, incluso aquel que debiera ser destinado al momento de intimidad devocional diaria en que nos alimentamos de la Palabra y nos comunicamos con Dios. Pablo estaba consciente de que esto puede ocurrir en la vida del cristiano, por eso aconseja: «Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor» (Ef 5.15-17).

¿Qué es entonces lo que ocurre?
Todo comienza con una falla, ya sea consciente o inconsciente, en la vida devocional del cristiano, que es ese momento íntimo en la presencia del Señor en que de manera disciplinada nos ocupamos de la oración y lectura de la Palabra. La oración y la lectura de la Palabra en la vida privada o intimidad es justamente lo que hermanos piadosos muy antiguos (no sólo de nuestra iglesia) exhortaban a otros a hacer; nos llamaban a ocuparnos en la práctica de las disciplinas espirituales. Es verdad, todos pasaremos algún día por la situación de estar altamente ocupados, con un sin número de actividades, y es en ese preciso momento en que no debemos caer en la tentación de mirar la vida devocional como una “mera” carga. Cuando esto ocurre, el cristiano tiende a justificar no tener vida devocional a cambio de estar presente en una reunión con los hermanos en la iglesia. En circunstancias que ambas cosas son igualmente importantes.

La vida misma de Jesús muestra el patrón que nosotros debemos seguir. El Maestro siempre se reunía con otros a escuchar la Escritura, donde fuera que se encontrara, «Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer» (Lc 4:16.) Pero, de la misma manera, se apartaba también a conversar con su Padre, «Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo» (Mt 14.23). Jesús era el Hijo de Dios, su madurez espiritual excedía largamente a la madurez que cualquiera de nosotros podrá alguna vez alcanzar. Esto muestra que incluso por mucha madurez que Dios a uno le otorgue, ésta no puede ser la razón por la cual debiésemos sustituir la vida en la presencia del Señor. Sin embargo, el cristiano tiende a hacer concesiones, y una concesión hecha lleva a hacer otra. En este contexto, la cita de 1 Corintios 10.12, citada arriba, cobra mucho sentido y relevancia para cada uno de nosotros. Cuando se sustituye la vida devocional por otras actividades, el proceso de reacción en cadena ha sido ya activado y el estallido final es cosa de tiempo.

¿Qué podemos entonces hacer para no ver un día nuestra vida ahogada por el escándalo del pecado?
Debemos ocuparnos de la vida en la presencia del Señor, y valorarla de tal manera que ninguna cosa—por muy legítima que sea—se constituya en un sustituto de ella. Reservar cada día un espacio privado para la oración y la lectura de la Palabra. Y esto requiere disciplina privada. Por supuesto, el esfuerzo será cada vez mayor en la medida que más actividades van añadiéndose a nuestras vidas. Es algo que todos debemos hacer y no depende de la cantidad, sino más bien de la calidad de tiempo que estamos en la presencia del Señor. A veces, diez minutos pueden resultar en una deliciosa porción a los pies del Señor.

Pablo aconseja hermosamente a Timoteo, un pastor joven, y sus palabras son la clave para que a nosotros no nos ocurra lo mismo que a aquellos por quienes lastimosamente vienen los escándalos. Sobre todo si Usted es un cristiano joven, tome en cuenta este consejo, porque nadie está libre de que lo lamentable nos pueda ocurrir. Pablo comienza mostrando la importancia de la Palabra del Señor y la oración para todo lo que hacemos, diciendo: «Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado» (1Ti 4.4-5). Luego le indica «Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo» (1Ti 4.6). En este mismo pasaje, Pablo continúa indicando a Timoteo que ante todo se “ejercite para la piedad” y más adelante, en el versículo 16, le dice: «Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.» Pablo enfatiza su consejo con la expresión “persiste en ello.” ¿Persistir en qué? En tener “cuidado de ti mismo y de la doctrina.” Vuelve a enfatizar con otra expresión “pues haciendo esto.” ¿Haciendo qué? Teniendo “cuidado de ti mismo y de la doctrina.” Dentro de las recomendaciones que Pablo le entrega a su amado Timoteo, y hoy también para nosotros, está este versículo en donde repite tres veces, “cuidado de ti mismo y de la doctrina.” Y todo pasa por el ejercicio de la oración y la lectura de la Palabra de Dios.

En conclusión, estar sumidos en una vida de escándalo producto del pecado es una realidad espiritual de la cual ninguno de nosotros está exento. Debemos cuidarnos y estar atentos con nosotros mimos. Si ponemos atención a lo que sucede en nuestras vidas, reconoceremos una voz “carnal” muy sutil que nos susurra a veces para justificar no orar debido a las muchas ocupaciones, incluso aquellas provenientes de la iglesia misma. Pero debemos recordar no descuidarnos, ni pensar que encontrándonos en un servicio de adoración a Dios con otros puede compensar que dejemos de encontrarnos a solas con el Supremo Creador.

--RJM
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3 comments:

Carol said...

AMÉN. Dios nos llene de su gracia.

Anonymous said...

Amén. La vida devocional privada es donde se echa raíz. Tal como en la parábola indica, que al venir la prueba (al salir el sol) no fue ésta la causa de que se secara, sino que advierte: "y porque no tenía raíz, se secó".
Dios nos compara a un árbol (Sal.1; Mt. 7:19), y la proporción entre la copa o follaje de un árbol y sus raíces es similar, siendo por lo menos cercana a 1:1. Este ejemplo nos refuerza la enseñanza de que no podemos vivir cristianamente si descansamos solo en la parte visible (actividades visibles de reunión), sino que es cardinalmemte importante nuestro secreto e intimidad con Dios: "He aquí, Tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría" (Sal. 51:6). Ver Jer. 23:18; Mt. 6:6.
Dios nos llene de su gracia y ponga en nosotros el querer como el hacer.
Gracias mi Pr. Reinaldo por el comentario.

fesiglo21 said...

Excelente comentario mi hermano. Un abrazo. -RJM

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