
Todo el universo fue constituido por la palabra de Dios (He 11:3), de modo que lo que ahora vemos fue hecho de aquello que no se veía. ¡El admirable poder de la palabra de Dios! Sólo como botón de muestra. El diseño exhibido en la forma como opera el universo es tan impresionante que representa una contundente prueba de que un Ser Creador está detrás de todo esto. Por ejemplo, comparando la precisión con la cual fue ajustada la densidad de energía para que el universo se expanda de la manera como lo hace—expansión que Isaías (40:22) predijo miles de años antes que la ciencia moderna—versus sofisticados sistemas de ingeniería creados por el hombre, se concluye que el Creador del universo es al menos un trillón trillón trillón trillón trillón trillón trillón trillón de veces más poderoso, más sabio y más inteligente que el hombre. Esta comparación nos entrega una idea de la grandeza del poder de Dios operando en el universo. Sin embargo, el poder de Dios desplegado para resucitar a Cristo de entre los muertos, y que también actúa en nosotros, sobrepasa largamente el poder usado para crear el universo. ¡No tiene comparación!
Muchos años atrás, hablando del poder de Dios, el Pastor Joaquín Correa—que hoy descansa en los brazos del Señor—preguntaba a la congregación: ¡Poder de Dios! ¿Para qué? Su respuesta fue: para vencer el pecado que mora en usted y en mí. Y efectivamente para eso es el poder de Dios, para librarnos del pecado que mora en cada uno de nosotros. También Pablo decía: Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego (Ro 1:16). Así como el Espíritu de Dios empollaba la tierra para con su poder generar toda la creación, de la misma manera, el Espíritu nos envuelve penetrando hacia nuestro interior y, con la fuerza de su poder, va día a día matando lo terrenal en nosotros y vivificando la nueva criatura. Podríamos intelectualmente asentir en esto, pero otra cosa es palparlo. Dios quiere que lo percibamos, para ello necesitamos que Dios alumbre los ojos de nuestro entendimiento. ¿Cómo podemos ver ese poder operando en nuestras vidas?
Pablo nos entrega la respuesta, que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (Ro 10:9-10). Debemos creer con el corazón en aquel gran poder de Dios que resucitó de entre los muertos a Jesús y confesar que ahora él, estando vivo, es mi Señor. Hay muchos predicadores hoy en día que desvirtúan este mensaje diciéndonos que debemos confesar incluso cosas materiales que anhelemos. Dicen: si deseas una casa, ten fe, confiésala y será tuya; si deseas un vehículo, confiésalo, confiésalo con tu boca, y será tuyo; deseas un mejor trabajo, confiésalo delante del Señor y será tuyo. Eso es un tremendo error que está engañando a muchos cristianos. Pablo dice que debemos creer con el corazón para justicia y confesar con la boca para salvación. Lo material tiene absolutamente nada que ver en esto. Dios promete cuidarnos, añadiendo aquello que necesitamos (Mt 6:25-34), pero no promete darnos todo lo material que deseamos.
Cuando, por ejemplo, vemos que aparecen vestigios de enojo o rencor o malos pensamientos en nuestro corazón, debemos firmemente creer en la supereminente grandeza del poder de Dios que levantó a Jesucristo de entre los muertos. Creer en el corazón que así como Dios lo levanto a él de la muerte, nos puede levantar a nosotros también, para ser victoriosos contra el pecado. Y entonces confesar con nuestra boca: Jesucristo, tú eres mi Señor, y así como tú venciste la muerte, con ese gran poder que también opera en mí, yo hoy venzo este cuerpo de muerte. En tu nombre Señor, me levanto de este enojo; en tu nombre Señor, doy por vencido este rencor o este malo pensamiento. Pablo dice ¡miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Luego confiesa ¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor...La supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros—los que creemos.
Cuando, por ejemplo, vemos que aparecen vestigios de enojo o rencor o malos pensamientos en nuestro corazón, debemos firmemente creer en la supereminente grandeza del poder de Dios que levantó a Jesucristo de entre los muertos. Creer en el corazón que así como Dios lo levanto a él de la muerte, nos puede levantar a nosotros también, para ser victoriosos contra el pecado. Y entonces confesar con nuestra boca: Jesucristo, tú eres mi Señor, y así como tú venciste la muerte, con ese gran poder que también opera en mí, yo hoy venzo este cuerpo de muerte. En tu nombre Señor, me levanto de este enojo; en tu nombre Señor, doy por vencido este rencor o este malo pensamiento. Pablo dice ¡miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Luego confiesa ¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor...La supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros—los que creemos.
—RJM
5 comments:
Un artículo edificante! Gracias me encantó...! Dios les bendiga 🙏
Gracias mi hermano.
Lindo comentario! Dios bendiga al autor y le siga dando de su revelación!
Muchas gracias, a Dios sea la honra y la gloria! —RJM
Amén. Alabado sea el Creador
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