No peques más…

June 29, 2011

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiese pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo. (1 Juan 2:1)

Esta expresión: “No peques,” se repite muchas veces en Las Escrituras; tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Todos sabemos que Dios nos ama celosamente, como a la niña de sus ojos (Sal 17:8). Y como él es Santo desea que nuestra vida sea semejante a la de él, en pureza y santidad. Pero, todavía estamos en este cuerpo de pecado que nos lleva de continuo a realizar todo lo contrario a lo que Dios espera de nosotros; esto es, obediencia para ser bendecidos por él. Esta es la lucha que tiene todo creyente mientras vive. La misma lucha sostuvo en sus vidas el pueblo de Israel. Y, consciente de esto, lo hace notar el rey Salomón cuando consagró el Templo a Jehová Dios de Israel, y le dice: Si pecaren contra ti (porque no hay hombre que no peque),… (1Re 8:46). Este mismo pensamiento lo repite en otra ocasión este mismo rey al escribir: Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque (Ec 7:20). Mostrando así, la limitación del ser humano para hacer conforme a la voluntad de Dios. Necesita ayuda desde el exterior; solo, por sus propios medios jamás podrá lograrlo. La criatura es por naturaleza un ser dependiente del pecado que lo lleva a desobedecer lo que Dios desea para sí.

El hombre y la mujer ya sea están bajo la esclavitud del pecado, o están bajo la voluntad de Dios. En este último caso necesitan nacer de nuevo para obedecer a la voluntad de su Creador. Pero, aunque esto no debería ser así, ellos son muchas veces vencidos por el pecado. Por ello es que Dios ruega: No peques más, cuando ya la criatura ha sido limpiado con la sangre preciosa de su Hijo Jesucristo.

En una ocasión dice el Señor a sus discípulos:…El espíritu a la verdad está dispuesto [a hacer la voluntad de Dios], pero la carne es débil (Mt 26:41). En los dos casos anteriores nos habla el rey Salomón generalizando sobre la debilidad del ser humano, para ceder a la tentación y desobedecer al “no peques” que ruega Dios. Esto hace urgente una ayuda para vencer este obstáculo que lo separa de su Creador.

El Señor Jesús también dice al paralítico de Bethesda, después de haber sido sanado por él, cuando le halló de nuevo en el templo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga algo peor (Jn 5:14). Se cree que a consecuencia de los vicios (pecado) le vino, sin duda, la enfermedad. Se toma como referencia a la pregunta que le hacen sus discípulos con relación al hombre que era ciego de nacimiento y él había sanado: ¿Quién pecó, éste, o sus padres?; para que naciera ciego (Jn 9:2). Otro tanto hace con la mujer que fue sorprendida en el acto mismo de adulterio, y que le fue presentada a él, por los escribas y fariseos para que emitiera juicio, tentándole (Jn 8:3-11). Nuestro Salvador conocía la intención hipócrita de los escribas y fariseos.  Conocía, además, el corazón de cada uno de ellos. No contesta de inmediato, se inclina, escribe en tierra con el dedo; pero como insistieron de nuevo, levantó su cabeza y da la magistral respuesta: El que no tenga pecado, arroje la piedra el primero. El Maestro de Galilea, no vino a juzgar al mundo, ni tampoco a condenarlo; él tenía muy clara su misión a cumplir: La Ley y Los Profetas. 

La Biblia muestra que existen dos tipos comunes de pecados que trabajan diariamente la mente de la criatura: El pecado oculto (el más común en todo ser humano), y el pecado que no se puede disimular, como el caso de la mujer que se mencionó como ejemplo. A los cuales perdonó nuestro Señor Jesús.

En el caso de los pecados ocultos, la escritura no dice: Las aguas hurtadas son dulces, Y el pan comido en oculto es sabroso. Pero agrega a continuación al lugar que desciende el que quiere darse este gusto mortal. Y no saben que allí están los muertos; que sus convidados están en lo profundo del Seol. Además, como la Palabra de Dios es luz, hace notar quienes son los que acceden a esta invitación: Dice a cualquier simple: Ven acá. A los  faltos de cordura (Leer Pr 9:16-18). En otro lugar está escrito: Todos los que a ella se lleguen; no volverán. Ni seguirán otra vez los senderos de la vida (Pr 2:19). En otro lugar leemos: Más su fin es amargo como el ajenjo, Agudo como espada de dos filos (Pr 4:4). Esta es la realidad del ser humano a la que está expuesto a ser víctima, cuando no se deja guiar por la gracia de Dios. Consciente de la debilidad de la criatura El apóstol Juan ruega: Hijitos no pequéis. La lucha que tenemos no es por un día ni dos, es de por vida. El poner el cuerpo en sacrificio vivo, como lo recomienda el apóstol Pablo, no es martirizarlo; como lo hicieron algunos antepasados religiosos, que se azotaban sus cuerpos infiriéndose horrorosas llagas. Es negarse cualquier deseo que vaya en contra de la voluntad de Dios. Antes de actuar debemos razonar. Si somos de Cristo, busquemos el reino de Dios y su justicia.

Hermanos pidamos a Dios su poder para no pecar más, y si por algún motivo hemos fallado ante Dios, volvámonos él, teniendo en mente lo que el apóstol Juan nos dice: Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. ¡Para la Gloria de nuestro Dios!



—Testigo Fiel

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