La Religión y Jesús

July 04, 2011

La escritura muestra que los más acérrimos opositores de Jesús durante su ministerio fueron precisamente hombres religiosos. Y de verdad que esto no deja de ser curioso. Los hombres y mujeres de aquella época no sólo esperaban al Mesías sino que además muchos lo vieron con sus propios ojos, fueron testigos de sus milagros y escucharon sus palabras, pero aún así no pudieron reconocerlo. Ellos tuvieron acceso a las escrituras—la Ley y los Profetas—y sabían de las profecías que predecían la venida de un Salvador al mundo, sin embargo, la religión fue lo que paradójicamente encegueció a los muchos y les impidió estar preparados para recibir al verdadero Ungido de Dios. Este hecho contiene una significativa enseñanza para la generación de nuestros días. ¿Es posible que conociendo la escritura muchos podamos estar cegados por la religión? Si esto es así, podríamos estar riesgosamente no velando a fin de reconocer los tiempos del cumplimiento de la segunda venida del Señor.

No es fácil definir lo que religión significa, pero comúnmente se refiere a las formulas que los humanos usan para relacionarse con lo divino, y como tal, existe desde que el hombre y la mujer fueron sacados del huerto del Edén. Tales “formulas” constituyen un sistema de credos acerca de lo divino y su relación con el mundo [1]. Muchas de estas formulas también enfatizan en una actitud de respeto hacia lo divino y consideran un patrón de acciones (rituales y códigos de ética.) En términos prácticos, Karl Barth establece que la religión no es otra cosa que el esfuerzo humano por alcanzar a Dios.

El hombre constituye la pieza central del acto creador de Dios y como tal lleva en sí mismo la impronta del Creador, que genera la intuición por la búsqueda de propósito y de lo trascendente. Mientras la criatura no encuentre ese verdadero propósito se produce en ella un vacío interior que intentará llenar con muchas cosas, inclusive la religión—i.e. su propio esfuerzo por alcanzar a Dios. A través de la historia, la religión ha provocado que muchos hombres y mujeres se maten unos a otros creyendo estar sirviendo a Dios. En el pasado, los fariseos acusaron y mataron a Jesús. En nombre de la religión, un pueblo se levantaba contra otro; se hicieron cruzadas y se impulsó la inquisición. Hoy en día, hombres y mujeres adornan sus cuerpos con dinamita para suicidarse y matar a otros tantos inocentes en el nombre de la religión. En el medio oriente se queman iglesias cristianas por no ser mezquitas; en Florida, Estados Unidos, se queman libros del Corán por no ser Biblias; el ataque al World Trade Center fue un acto político religioso; y en Europa todavía persiste la enemistad entre católicos y protestantes. Cada cultura tiene su religión: el Budismo, el Hinduismo, el Islamismo, y aunque no debiera serlo, pero lamentablemente el Cristianismo también se ha convertido en una religión. Y muchas injusticias se cometen en el cristianismo creyendo estar siguiendo las pisadas de Cristo. Pensamos que seguimos al Dios vivo, pero a veces con nuestros hechos mostramos estar verdaderamente lejos de él. Pero, ¿por qué sucede esto? Porque la religión peligrosamente ha sustituido lo que Cristo trajo a la humanidad.

Jesús no vino para traer una religión, ni menos él fue un líder religioso. La pregunta es: ¿qué trajo Jesús a la humanidad? Para entender esto, sólo basta mirar qué fue lo que el hombre perdió en el huerto del Edén. La escritura enseña que cuando el hombre y la mujer—engañados por Satanás—transgredieron el mandamiento de Dios, ellos murieron espiritualmente (Gn 2.17; 3). En otras palabras, Adán y Eva perdieron “la vida”, no perdieron una religión. Por tanto, concluimos que Jesús vino al mundo para traer de regreso la vida. Juan el discípulo amado testificaba acerca de Jesús diciendo: En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Jn 1:4). Los mortales de la tierra no veían a un líder religioso, sino a un ser lleno de vida. El mismo Jesús con sus palabras decía: El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Jn 10:10); y es más, él se presentaba asimismo diciendo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida (Jn 14:6a). Existe sin lugar a dudas una diferencia abismal entre tener la vida y tener una religión.

Hoy en día hay muchos que se identifican como cristianos por un mero asunto de transferencia de información cultural o familiar—lo que se conoce como evolución memética—y no porque realmente posean la vida. Otros, en cambio, un día entramos por misericordia en el camino, pero algo sucede que la religión comienza gradualmente a sustituir la vida que Cristo nos da. Por ejemplo, antes íbamos al templo para adorar con todo nuestro corazón al dador de la vida, ¿será que ahora asistimos tal vez porque es simplemente una buena costumbre? Antes glorificábamos al Señor con toda el alma para expresar loor a la vida, ¿será que ahora lo hacemos porque es simplemente parte del rito en nuestros servicios? Antes era un deleite interior escudriñar más de la vida leyendo las escrituras, ¿será que ahora lo hacemos tan sólo porque debemos preparar un comentario en la escuela dominical o un sermón? Antes entonábamos una alabanza sintiendo la vida en nuestros corazones, ¿será que ahora cantamos en forma mecánica sin siquiera atender la letra de la alabanza? Antes el gozo de una vida abundante parecía no agotarse en nosotros… Pero ¿qué sucede ahora? En general, la cristiandad se encuentra dando un espectáculo en que decimos ser cristianos pero estamos inmiscuidos en luchas de poder, batallas por la honra, problemas de amor al dinero, congregaciones divididas, llenos de codicia, hermandad divorciándose, organizando viajes para ir adorar a este o aquel lugar, ofreciendo sanidad mediante aguas del rio Jordán, etc. ¿Será que estamos sustituyendo la vida por la religión? ¡Dios tenga de nosotros misericordia! Es increíble como poco a poco nos hemos llenado de religión, aún cuando intelectualmente sabemos que Cristo vino a traer vida. Lo más triste de todo es que se nos olvida que Jesús en su segunda venida no vendrá a buscar creyentes que no posean la vida.

Nosotros somos quienes creamos la religión alrededor de Jesús, pero él jamás vino a enseñar o a mostrar una religión, sino una forma de vida. Jesús explicó claramente esto a la mujer Samaritana. Ella lo reconoció como profeta y llena de su tradición religiosa le expone: Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar (Jn 4:20). En otras palabras, ella quiere saber ¿en cuál monte se debe adorar a Dios? ¿En éste o en aquél? Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren (Jn 4:21,23). No es el lugar físico, ni su forma, ni su ubicación geográfica lo relevante; hoy es el tiempo de adorar a Dios en espíritu y en verdad. Nosotros somos los templos “ambulantes” del Dios viviente dentro del cual continuamente debemos ofrecer actos de adoración sincera sin importar la circunstancia, la hora o el lugar donde nos encontremos. Por otro lado, el Dador de la Vida también instruyó a sus discípulos acerca de la necesidad de orar siempre, de día y de noche (Lc 18:1-8). No obstante, muchas veces nosotros vemos erradamente la oración como una herramienta útil sólo para cuando nos encontramos frente a una necesidad en particular, tal como: una prueba, una enfermedad, la falta de trabajo material, una posición en la iglesia, etc. Pero Jesús enseña que siempre debemos orar; sin cesar (1Ts 5:17).

Poseer la vida significa ser llenos del Espíritu de Dios. Pablo indica lo último como un mandamiento, no es opcional (Ef 5:18). No se trata de una experiencia aislada que sucedió hace cinco, diez, o treinta años atrás, o que ayer fui lleno del Espíritu Santo, sino que es algo que ocurre ¡todos los días! Es decir, debemos vivir todos los días llenos del Espíritu Santo. Pues, él es quien nos transmite la vida y permite que ésta fluya en forma automática desde lo más profundo de nuestro ser (ver 2Pe 1:3-15). ¡No es una religión! Jesús dijo: El que cree en mí, como dice la Escritura [no a mi manera], de su interior correrán ríos de agua viva (Jn 7:38). El Espíritu Santo nos da vida para que vayamos avanzando en nuestra carrera de apartarnos del mal. Cuando recibimos luz por medio de él para que nosotros personalmente tengamos vida en alguna área de nuestro corazón y nosotros hacemos de ello una regla para juzgar a otros, estamos creando religión. Por eso es que Jesús advertía a sus discípulos cuidarse de la levadura de los fariseos y saduceos (Mt. 16:5-12); ellos eran religiosos que solían juzgar siempre a los demás. Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios [i.e., en cada uno de nosotros] (1Pe 4:17a).

Una cosa debe motivar e inspirar nuestros corazones, y ésta es que el Padre observa, entre todo el grupo de hombres y mujeres que dicen ser cristianos, y busca a aquellos que le adoran en espíritu y en verdad, siempre. Adorar a Dios en espíritu y en verdad, siempre, es la clave para experimentar la vida y no crear religión.


Referencia
[1] Baker's Evangelical Dictionary of Biblical Theology. Edited by Walter A. Elwell (1996). Published by Baker Books, a division of Baker Book House Company, Grand Rapids, Michigan USA.

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