Consumado es… (Parte 2)

April 07, 2011

Pilato se maravillaba al ver que Jesús, aún cuando su rostro estaba desfigurado por los golpes y por la sangre que caía de su cabeza, conservaba la gloriosa majestad del Rey de Reyes bajo la terrible corona de espinas. Pero ante el clamor de la multitud y la creciente amenaza en su contra de denunciarle ante el César, pronuncia sentencia de muerte. Jesús estaba siendo observado por la turba, muchos de ellos habían participado de los diversos milagros que hizo; ahora gritaban: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!; haciéndose realidad en él las palabras de las Santas Escrituras: …Soy oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo (Sal 22:6). Job (30:9) por su parte dice: Y ahora yo soy objeto de su burla, y les sirvo de refrán. Nuevamente lo entran los soldados, para luego hacer que cargue su cruz, símbolo de muerte horrorosa.

Debilitado por las prolongadas obras de tormentos, con su rostro firme, se abrasa al madero, cargándolo en su hombro, sale de aquél lugar rumbo a la colina, donde sería exhibido ante los ojos del mundo que despertaba a vivir un nuevo día de labor, sin saber el pueblo que mientras dormía, para recuperar fuerzas, el Maestro Jesús la pasó en vigilia de tormentos. Entre los madrugadores que vio esta escena, Simón de Cirene, al ver al moribundo Maestro que caía por la pesada cruz, se acerca conmovido por lo que veían sus ojos; Los soldados lo tomaron y le pusieron la cruz encima para que la llevase tras de Jesús (Lc 23:26). Siempre el Señor decía a los que querían seguirle: Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo (Lc 14:27). Simón de Cirene venía del campo esa mañana, fue obligado a llevarla—la escritura no dice si era seguidor de Jesús. Aquí lo vemos en pos del Maestro cargando la cruz, no era suya, era del Nazareno, pero él iba cumpliendo la palabra de Dios dicha por Jesús. ¡Qué humilde alegría no será la suya en el cielo, por toda la eternidad, al pensar que ayudo al Señor a llevar su cruz!

Una vez fuera de la ciudad, cerca de los muros de Jerusalén, estaba el Gólgota, como a la hora tercera (nueve de la mañana) era clavado en la cruz. No olvidemos las llagas en su espalda sangrando; también la corona de espinas sobre su cabeza. Le quitaron sus ropas antes de ser crucificado, le dieron a beber vino mezclado con mirra, como estupefaciente (o anestésico) para mitigar el dolor. Pero él lo rechazó (Mr 15:23). Por nosotros quiso soportar el dolor hasta su plenitud. Los soldados mientras ponen el cuerpo sobre la cruz, las hordas salvajes dirigidas y alienadas por las autoridades judías no cesaban de gritar, mofándose y escarneciéndole. Cuando empezaron a clavar sus manos y pies, él dice: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23:34).

Había aumentado el número de espectadores y burladores, entre ellos también estaban los gobernantes y decían: A otros salvó, sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios (Lc 23:35). La cruz es alzada, y ahí está el Salvador del mundo con sus brazos abiertos, no escondido en la parte más baja de la ciudad amada del Dios de Israel, sino afuera, en la colina más cercana a ella, en la parte más alta del otero, para que de todas partes se viera el crucificado, junto a los dos malhechores que estaban teniendo la misma suerte, morir crucificado uno a cada lado de él. Y se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos (Mr 15:28).

Cuando vino la hora sexta, esto es aproximadamente las doce del día, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena (tres de la tarde) entrando a la parte final de expiación del pecado humano. Puede que las tinieblas simbolicen el alejamiento de Dios, para no ver la maldad del hombre y el sufrimiento de su Hijo Amado en el cual se complacía; o simplemente la naturaleza esconde su rostro avergonzada de la maldad indecible de los hombres, y quizás también, haya querido mostrar su amor para con el Hijo de Dios en su lucha final con los poderes del infierno. También Dios, puede haber querido que la oscuridad fuese el duelo simbólico de la creación sobre Jesús, mientras él padecía los dolores expiatorios por nosotros los perdidos.

A la hora novena, Jesús clama a gran voz, diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado? (Mr 15:34). El Hijo de Hombre, a solas, en las penas del infierno, negándose asimismo el poder de la deidad. ¿Para qué? ¡Para que nosotros no fuéramos allí! Ahora podemos comprender, porque nuestro Salvador rogaba al Padre, que no le diera a beber esta copa, él conocía estos momentos difíciles que tendría que vivir. Lo más terrible para él fue separarse de su Padre, a quien por siempre estuvo espiritualmente unido en comunión infinita; tan difícil para nosotros, mortales, de entender. Jesús, por nosotros, vivió el terrible estado de estar ausente de Dios. 

En medio de espantosos dolores, cada cierto tiempo experimenta fuertes convulsiones, por la incómoda posición en que se encuentra, aumentando así más su terrible tormento e indicando que la muerte ya está terminando con él. Su corazón mientras tanto, se esfuerza por llevar sangre y oxígeno a las células del cuerpo que van muriendo una a una, para ello acelera su bombeo o pulsación; lo mismo sucede con sus pulmones, la respiración es más transida, fatigada, casi no llega aire a sus pulmones. La deshidratación por la falta de agua, aumenta la temperatura del cuerpo, la sed lo consume y exclama diciendo: Tengo sed (Jn 19:28), entonces ellos empaparon una esponja con vinagre poniéndola en un hisopo se la acercaron a su boca (Jn 19:29); la fiebre aumenta: Mi corazón está quebrantado dentro de mí—lo dice Jeremías (23:9), y agrega, como si hablara Jesús—todos mis huesos tiemblan estoy como un ebrio, y como un hombre a quien dominó el vino, delante de Jehová, y delante de su Santa Palabra. Jesús mira a la multitud, ya no escucha tan fuerte sus aullidos de rabia y de odio, tampoco escucha los gemidos y llantos de dolor de sus parientes y amigos que le observan. Todo gira a su alrededor, desde lo alto de la cruz, se siente: Como uno que está en la punta del mastelero en medio del mar (Pr 23:34). Cansado, aumentan las convulsiones y la fiebre ardiente hace que su lengua se pegue al paladar (Sal 22:15). Rendido el Maestro, después de casi seis horas colgado en la cruz, grita diciendo: ¡Consumado es!, dejando a todos en silencio. Había terminado en forma perfecta y total, la obra que le había encomendado el Padre.

¡Consumado es! Había triunfado Jesús, el Salvador del mundo, sobre el reino de la muerte y del pecado. Dios y los hombres estaban frente a frente, observando esta escena final, guardando una breve reverencia. Mientras, el corazón de Jesús sigue aumentando su palpitar, no resistiendo más, revienta. Algunas autoridades médicas han declarado que bajo el intenso dolor físico y la presión impetuosa de la sangre, el corazón puede estallar, en tal caso solamente, la sangre se deposita en el pericardio, que es el tejido que rodea las paredes del corazón y se divide en una especie de coágulo sanguinolento y un suero acuoso [1]. Luego, exclama a gran voz diciendo: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu. Habiendo dicho esto inclinó su cabeza y expiró (Lc 23:46; Jn 19:30, 33-34).

Ahí está el Maestro, ha muerto ocupando nuestro lugar. No importa que tú no creas en él querido lector, pero ha muerto por ti. ¡Míralo por la fe! Se dejó matar por amor a ti. No importa cuál sea tu pecado, él quiso pasar por todo este proceso, por amor a ti. Y nosotros decimos, los que hemos sido alcanzados por su gracia: ¡Gracias buen Salvador Jesucristo! Porque lo hiciste también por cada uno de nosotros. Pero, no olvides querido lector, que después de tres días resucitó y hoy está sentado a la diestra del Dios Todopoderoso, su Padre y el nuestro. ¿Cuánto nos ama Dios, que permitió que su único y amadísimo hijo sufriera tanto? ¿Cuál será tu actitud ante tan triste historia? ¿Te quedarás indiferente? Aunque tú no creas en él, aún así él te ama. ¡Acéptalo! y tendrás la comunión con su Padre aquí, y en el cielo después, eternamente.

--Testigo Fiel


Referencia
[1] Compendio Manual de la Biblia; Henry H. Halley, Editorial Moody.

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