En el año 520 a.C., habían ya regresado del exilio, Dios hace una hermosa invitación a su pueblo por medio del profeta Hageo: «meditad en vuestros corazones» (he., 'simu lƏbabkem'). Las prioridades del pueblo estaban absolutamente desdibujadas, y su gente ocupada en la construcción y hermoseamiento de sus propias casas, pero no en la reedificación del Templo del Señor.
Cinco veces es mencionado el sintagma (1.5,7; 2.15,18a,c). Dos veces dice: «meditad en vuestros corazones sobre vuestros caminos,» y otras dos veces: «meditad [bien | ahora] en vuestros corazones.» Ellos experimentaban baja productividad en lo que hacían, insatisfacción, malas cosechas, pérdida, mucho esfuerzo y poco logro, sequía prácticamente en todo, en fin; y se preguntaban ¿por qué? Dios les dice que debían ellos meditar profundamente en lo que había dentro de sus corazones.
Hageo deja una gran enseñanza para nuestros días. En esa época habían ya salido del exilio; en la nuestra, el mundo se aproxima a dejar atrás el azote de una gran pandemia. ¿Cuántos cristianos, luego de algunos meses o un par de años, terminarán con sus prioridades desdibujadas, asignando una alta importancia a sus quehaceres y proyectos terrenales más que a la edificación de sus propias vidas espirituales? Al igual que los judíos antiguos debemos también edificar el templo del Señor.
Pablo nos dice: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es… ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?»
Pidamos a Dios que, sobreabundando en su divina gracia, nos ayude a que la prioridad de nuestras vidas sea siempre ocuparnos en edificar el templo del Señor en nosotros mismos.
--RJM
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