Mateo 5:8 nos dice: Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.[1]

Del mismo modo, Salomón se preguntaba: ¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado? (Pr 20:9). Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, también declara que un hombre verdaderamente feliz es aquel que posee la característica de tener un limpio [gr., katharos, se traduce también como puro] corazón. Y fue nuestro Señor Jesús quien trajo a los hombres la posibilidad de lograrlo. Leemos en las Escrituras que Dios es puro (1Jn 3:3) y que sus palabras también son puras (Sal 12:6). Por tanto, puesto que Dios es puro, el hecho de que él pueda habitar en el corazón del hombre abre la posibilidad a que nosotros también podamos ser puros de corazón (leer Jn 14:23; 1Co 3:16-17; 2Co 6:16). La pureza de corazón es una característica esencial que debe estar presente en todo seguidor de Cristo.
La ley de Moisés no tenía poder para producir un corazón puro en los hombres, porque no fue lo suficientemente poderosa frente a nuestra naturaleza pecaminosa (Ro 8:3). Dicho de otra forma, la ley sólo podía limpiar la copa por fuera, pero no por dentro. Por ejemplo, no mentirás, no cometerás adulterio, no robarás, no matarás, etc. (leer Éx 20), a excepción del décimo mandamiento, son todos signos externos de lo que la ley ciertamente podía lograr. Pero, Dios siempre ha deseado que nosotros seamos limpios de corazón, por lo que su Hijo Jesús vino para mediar en nosotros un mejor pacto con Dios, basado en mejores promesas (He 8:6). Así pues, ahora la posibilidad de ser puros de corazón es algo que puede ser una verdadera realidad en nuestras vidas.
En términos prácticos, un corazón puro, no sólo significa tener una limpia conciencia—i.e., confesar mis pecados y recibir el perdón; sino también que deseamos nada, ni a nadie, más que a Dios en esta tierra. Esto era lo que David anhelaba intensamente: ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra (Sal 73:25.) Nuestros corazones podrían no necesariamente albergar malos deseos, sino buenos y legítimos, como viajar, estudiar, tener hijos, etc., sin embargo, tener deseos diferentes de desear primeramente a Dios hace que nuestro corazón sea impuro. Sólo Dios debe primar en nuestros corazones. La diferencia entre David y nosotros es que en esa época Dios no había revelado aún a los hombres cómo lograr que él primara en sus corazones. Nosotros hoy lo sabemos.
En el Antiguo Testamento, la idolatría era ir tras los ídolos externos. De hecho, estaban hechos de cosas externas: madera, metal, plata, etc. En el Nuevo Testamento, la idolatría es ir tras los ídolos internos, tales como: las ambiciones personales, profesiones, trabajos, esposas, maridos, hijos, libertad “física”, casas, autos, etc.
De modo que los verdaderos adoradores de Dios sacan de sus corazones las cosas ilegítimas (en una primera etapa) y las legítimas (en una segunda etapa). Una buena manera de reconocer si las cosas legítimas están inundando nuestros corazones es observar cómo reaccionamos cuando perdemos una de ellas. ¿Se entristece profundamente o se enoja usted en su corazón? ¿Incluso si es algo insignificante? ¿Le es fácil resignarse cuando sacrifica tiempo de Dios por algo que considera legítimo? Toda nuestra alegría debe estar basada únicamente en que tenemos a Dios habitando en nuestros corazones. De hecho, Dios está buscando realmente este tipo de adoradores (Jn 4:23). Ver el ejemplo de Abraham, quien tenía dos hijos: uno ilegítimo (fuera de la fe) y otro legítimo (dentro de la fe). Dios le pidió a Abraham echar a su hijo ilegítimo (Gn 21), pero también echar fuera de su corazón a su hijo legítimo (Gn 22). ¡Que impactante! Isaac era el hijo prometido y dado por Dios a Abraham, no obstante, Dios le pidió sacarlo de su corazón. Esto es porque la inclinación humana hace que lleguemos a amar más el don que a Dios—quien otorga el don. ¿Cuántos dones hemos recibido de parte de Dios y terminamos amando los dones (por muy legítimos que ellos sean) más que a Dios? Puede ser algo absolutamente sano, una profesión, un negocio, los estudios, un hijo,…, incluso un ministerio, pero si terminamos amando ese don más que a Dios, nuestro corazón lamentablemente está impuro. ¡Cuidado! Si ese es nuestro estado, en la práctica no tenemos un corazón limpio, aunque imaginemos lo contrario. Por lo mismo, Pablo decía: todo me es lícito, pero no todo conviene (1Co 10:23). Una cosa es lo que imaginamos, otra es lo que Dios dice de nosotros.
Si tenemos un corazón limpio y puro, veremos a Dios cara a cara. No solamente algún día, sino todos los días. En el rostro de nuestros prójimos veremos a Dios. Moisés fue el único con quien el Señor trató cara a cara. Desde su muerte, no se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara (Dt 34:10). Ahora bien, esta promesa es para todos los que aceptan a Cristo en sus corazones y llegan a ser puros de corazón.
En conclusión, si queremos ver a Dios cara a cara y convertirnos en hombres felices en el largo plazo, debemos buscar fervientemente ser puros de corazón, lo que significa tener un corazón donde habite Dios. Todos los días tenemos que humillarnos ante el Señor y solicitar que nos dé esa gracia abundante en nuestras vidas.
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Referencias
[1] Traducido de: Moraga, R. Being Pure in Heart. Jail Church Service, Sycamore, Illinois, March 23, 2014.
--RJM
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Referencias
[1] Traducido de: Moraga, R. Being Pure in Heart. Jail Church Service, Sycamore, Illinois, March 23, 2014.
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