Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo (Efesios 6:11)

Debe haber una preparación permanente, que consiste en la oración y lectura de la Santa Palabra de Dios, esta última se encargará de enseñarle quienes son los enemigos que procurarán dejarlo tendido en el camino; y la oración le dará nuevas fuerzas para continuar avanzando y venciendo.
El consejo que da Jesús al creyente que quiera seguirle, es: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lc 9:23). Dando a entender con esto, que la voluntad de la criatura que emprende este camino no depende más de sí mismo, sino queda sujeta a aquél que va a seguir. Todos sus deseos, como el querer o el hacer con su vida es dejada confiadamente en las manos de su Maestro y Señor. Ya sea para vida, o para muerte. Cuando el Señor Jesús dio a conocer sobre este riesgo a los que querían seguirle, muchos se apartaron y le abandonaron. Por eso dice a los discípulos que le seguían: ¿Queréis acaso iros también vosotros? (Jn 6: 67). A lo que responde Simón Pedro con otra pregunta: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6:68). Este mismo Pedro muere posteriormente crucificado cabeza abajo, porque no se encontró digno morir igual que su Maestro, según algunos eruditos [1]. En otra parte está escrito lo dicho por el Señor: Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan (Mt 11: 12). O sea los fuertes o apasionados. Más claro aún: El reino de los cielos es para los valientes. Hay que tener mucho valor en esta toma de decisión. El maestro es muy claro en ésto, leamos lo siguiente: Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo la mano sobre el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios (Lc 9:62).
Cuando ya está tomada la decisión del creyente de avanzar hasta llegar a la gloria de Dios, en su camino experimentará la dicha más grande que hombre alguno pueda gustar: recibir la visita del poder del Espíritu Santo en el interior de su ser. Sentir que corre como un río de agua viva, que llena de un gozo tan grande su corazón que no podrá describirlo con palabras. Es el bautismo del Espíritu Santo y fuego. Gustará la transformación que hace Dios en el hombre, del nacido de nuevo. Pasará de muerte a vida. Sello que garantiza su entrada en el reino de Dios, si prosigue hasta llegar a la meta final. Esta es la criatura llamada hijo de Dios, de acuerdo a Las Escrituras. El apóstol Pablo dice al respecto: En el también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria (Ef 1:13-14). Esta misma experiencia la vivieron los apóstoles en el aposento alto (Hch 2:4). Lo vivió el apóstol Pablo y lo dice: el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu Santo en nuestros corazones (2Co 1:22; léase Hechos 9:17).
Esta es la preparación que necesita todo creyente, el fundamento está puesto en él. En relación a esto mismo, dice el apóstol Pablo: Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2Ti 2:19).
Esta nueva criatura, ahora hijo de Dios, cuya gracia de Dios descendió en él, a través del Espíritu Santo será guiada a toda la verdad y a toda justicia (Jn 16:7-15). Desde ahora puede empezar a avanzar seguro en este nuevo mundo. El mundo espiritual. Donde deberá usar las armaduras de Dios y luchar contra las asechanzas del diablo, según el versículo que se ha tomado de referencia para este tema. Ya que este maligno viene trabajando desde que el hombre fue puesto en el huerto del Edén, es llamado también la serpiente antigua; él fue quien hizo que la primera pareja que vivían en armonía con Dios, Adán y Eva, comieran del fruto prohibido, haciéndolos pecar contra Dios, siendo luego echados fuera de aquel lugar para siempre. Historia que ya es conocida.
Los otros enemigos que tiene que enfrentar el creyente, lo advierte el apóstol Pablo: Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Ef 6:12). Cosas de las cuales la mayoría de los creyentes ignoran y desconocen cómo actúan sutilmente en ellos si están distraídos de la oración y la lectura de la Palabra de Dios. Especialmente sucede en las iglesias donde se descuidan estas dos cosas fundamentales. Ya que es por medio de la oración y la meditación en la Palabra de Dios como se aprende a rechazar y vencer el pecado.
Esta lucha contra el pecado es permanente, y el peor enemigo es nuestro cuerpo carnal. Por eso el apóstol Pablo escribe: Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden, y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Y a continuación, agrega: Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el espíritu de Cristo, no es de él (Rm 8: 6-9). Por que todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios (Rm 8:14).
Estos son los pecados que asedian al verdadero cristiano a los cuales se recomienda no ceder: Negarse a sí mismo los deseos pecaminosos como el adulterio, fornicación, el poder, amor al dinero en el cual hay disolución, ceder ante las recompensas, amarse a sí mismo. Balanzas justas, pesas justas y medidas justas tendréis. Yo Jehová vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto (Lv 19:36). No airarse para no pecar (Ef 4:26). No dar lugar al diablo con sus insinuaciones hacia nuestros cinco sentidos. Ninguna palabra corrompida salga de vuestras bocas (Ef 4:29), sino la que sea buena para la necesaria edificación. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros. Terminamos diciendo este consejo del apóstol Santiago (4:7): Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.
Jesús nos llamó para ser luz del mundo, y si somos luz nos están observando como alumbramos en las tinieblas. Ya viene el Señor en las nubes a buscar su pueblo que se está santificando. Oremos sin cesar para no ceder a la tentación. ¡Para la gloria de nuestro gran y misericordioso Dios!
—Testigo Fiel
Referencias
[1] H.H.Halley. Compendio Manual de la Biblia.
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