La Gracia

September 13, 2011

La palabra gracia—compuesta por tan sólo seis letras en nuestro idioma—es una de las más importantes palabras de la Biblia. El Nuevo Testamento es donde esta palabra se encuentra un mayor número de veces y lo curioso es que su ocurrencia dobla el número de veces en que aparece la palabra misericordia. En el Antiguo Testamento sucede al revés, i.e., es ahí donde la palabra misericordia se encuentra un mayor número de veces y su ocurrencia es cuatro veces la ocurrencia de la palabra gracia. A medida que se recorre la Biblia desde Génesis al Apocalipsis la gracia va cobrando relevancia cada vez más. Esto es porque la gracia es la pieza central del nuevo pacto que Jesús vino a establecer con los hombres a la tierra. De hecho, Juan (1:17) lo explica cuando dice: Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Aunque ambas palabras suelen ser usadas indistintamente, la palabra gracia en la forma como se usa en el Nuevo Testamento tiene una connotación mucho mayor que la palabra misericordia. Por esto es que en la epístola a los Hebreos (4:16) la recomendación es: Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Entre los primitivos cristianos la gracia era algo muy valioso, tanto así, que no sólo se saludaban deseándola en otros (Ef 6:24), sino que además anhelaban para sus hermanos: el crecimiento en la gracia (2Pe 3:18), la abundancia de la gracia (2Co 9:8), la perseverancia en la gracia (Hch 13:43), el esfuerzo en la gracia (2Ti 2:1) y el aumento de la gracia (2Pe 1:2). Todas estas expresiones no son meras fórmulas, o palabras de buena crianza, sino que el cristiano que recomendaba a otros la gracia, era porque efectivamente él se encontraba gustando y palpando el beneficio de ella. Es decir, aquel que la recomienda hace un reconocimiento implícito del sobrehumano valor que tiene la gracia en su propia vida.

La gracia es lo más importante que cada día necesitamos para operar en el reino espiritual de Dios. Es similar al oxigeno del aire que a cada momento respiramos, ¡fundamental para la vida! O similar a lo que representa el dinero en la vida terrenal. Una persona que posee mucho dinero, materialmente vive una vida tranquila frente a problemas inesperados, obtiene siempre lo que necesita, en general lleva una vida cómoda y sin sobresaltos. Así ocurre cuando abunda la gracia de Dios en nosotros, ella nos hace tener una vida espiritual abundante, siempre regocijados, sin temores ni sobresaltos, llena de amor y con el anhelo pleno de estar siempre bajo la voluntad de Dios.

La gracia es por ningún motivo un concepto abstracto mencionado en la Biblia que otorga licencia para actuar de manera libertina. Al contrario, la gracia es algo práctico que se percibe día a día y que nos salva del pecado. A través de la gracia no sólo obtenemos el gran beneficio del perdón de pecados (Ef 1:7), que nos libra de la gran condenación que pesa sobre la humanidad, sino que además la gracia permite que el pecado ya no se enseñoree más de nosotros. Jesús enseña que el pecado es un amo al cual una persona está sujeta y obedece (Jn 8:34), de modo que aquel que comete pecado simplemente obedece a su amo. Sin embargo, cuando la gracia se encuentra actuando en la persona, Pablo explica que el pecado ya no se puede enseñorear de ella (Rm 6:14). Esto no significa que el pecado no siga latente buscando ocasión en el cristiano (1Jn 1:8), debido a que seguimos morando en un cuerpo corrupto de pecado, pero la gracia hace que día a día tengamos victoria sobre ese mal que está en nosotros. Por otro lado, la gracia también permite que tengamos victoria frente a problemas que se van presentando en la vida. Dios dijo a Pablo: Bástate mi gracia (2Co 12:9), después que él hubo orado para que su aguijón de la carne fuese retirado. Esto nos enseña que cuando enfrentamos un problema Dios puede actuar a nuestro favor ya sea retirando el problema de nosotros o dándonos más de su gracia. El conocer todo el beneficio que la gracia de Dios puede darnos es motivo suficiente para que ella sea de muchísimo valor a nuestros ojos. Recibir la gracia de Dios es la bendición más grande a la que podríamos nosotros aspirar, es semejante a encontrar de pronto un gran tesoro escondido en el patio de nuestra casa.  La diferencia es que la gracia de Dios no se encuentra escondida sino que ampliamente disponible para todos.

La pregunta es: ¿Dado que ella se encuentra ampliamente disponible, cómo podemos recibir la gracia de Dios? La figura de arriba ilustra una sencilla explicación. Los Apóstoles conocían muy bien el principio (1) que dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes (Stg 4:6; 1Pe 5:5.) Un principio es algo que siempre se cumple. Es el caso de la lluvia cuando cae, ella se apoza siempre en concavidades del terreno, o llanuras entre montes y alturas. Así también, como se ilustra en la figura, la gracia es como una lluvia espiritual que constantemente está cayendo sobre la faz de la tierra, y que se deposita automáticamente en hombres y mujeres con un corazón humilde. Sabemos que la soberbia es la expresión máxima del orgullo, el cual es la principal causa de todos nuestros males. Lo contrario de ser orgulloso es ser humilde. Una persona que es orgullosa es como si estuviese encumbrada en la cúspide de una montaña, aunque ella se vea alegre, espiritualmente no es feliz. Pero la única forma como el  hombre y la mujer pueden llegar a ser felices es decidir bajar desde la cúspide del orgullo hacia el valle de la humildad. A medida que gradualmente vamos descendiendo, y entre más descendemos, más somos cubiertos y sumergidos en la gracia que derrama el Espíritu Santo de Dios a los creyentes. Entonces, se cumple en nosotros el segundo principio (2) que dice que el pecado no se puede enseñorear de nosotros, pues estamos sumergidos en las profundidades de la gracia de Dios. En este estado nuestra vida es plena y feliz.

Aquellos ancianos de la iglesia, muchos de los cuales hoy están en los brazos del Señor, tenían muy claro estos principios. Es tan nítida, entre los recuerdos de mi niñez, la imagen de hermanos ancianos exhortando a la iglesia a reclamar la promesa de nuestro Dios: lluvias de gracia enviaré; y con fervor invitarnos a elevar al Altísimo una oración entonando un cántico con todo el corazón: lluvias de gracia, lluvias pedimos Señor; mándanos lluvias copiosas, lluvias del Consolador. Ellos no se preocupaban de otra cosa, sino sólo de estar apercibidos de la gracia. Si ahora regularmente entonamos el himno 210 en nuestros servicios, ¿dónde nos hemos perdido que pareciera ser que estamos secos de la gracia del Señor? La respuesta no es sino una sola: ¡nos falta humildad! Dios tenga misericordia de nosotros.

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