¿Por qué estás lejos, Oh Jehová, Y te escondes en el tiempo de la tribulación? (Salmos 10: 1)

Si miramos la Palabra de Dios, encontraremos algunos ejemplos de algunos hombres que en sus vidas también les tocó vivir situaciones difíciles de soledad, y donde tuvieron la responsabilidad de afrontar en silencio su doloroso estado, como por ejemplo: Abraham, cuando Dios le ordena que salga de su tierra y deje su parentela y vaya a un lugar que sólo Dios sabe dónde es. Y cuando llega a la tierra que Dios le mostró, le revela que se la dará a su descendencia, la cual sería bendición para todas las naciones; como para desanimar a cualquiera ¿verdad? Tenemos otro caso: Moisés, después de haber sido criado cómodamente en el palacio de la hija de faraón, llega a ser pastor de ovejas, lejos de los suyos, en el árido desierto y lleno de limitaciones. Y estando en este estado, Dios lo llama desde la zarza ardiendo, cuyo fuego no se consumía. Otra experiencia similar le toca vivir a nuestro Salvador Jesucristo, nace en un humilde pesebre. No por que no tuvieran sus padres para pagar un lugar en las posadas de aquél lugar de Belén; simplemente no había cupo para hospedarle. Leemos en las escrituras que él era el Hijo de Dios, dueño de todas las cosas, visibles e invisibles, pero fue necesario que fuese así su llegada a este mundo. Cuando predicaba decía ser el Hijo del Hombre y que no tenía donde recostar su cabeza. Lo mismo sucede cuando oraba antes de ser arrestado, allí estaba él, ¡solo! Luego sus discípulos lo abandonan, otro lo niega tres veces, el Maestro sigue solo. Todo esto se lo había dicho Jesús a los suyos: He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo (Jn 16:32). Solo, sin nadie a su alrededor, pero acompañado invisiblemente por su Padre. ¡Gran enseñanza la del Maestro para nosotros! Y posteriormente cuando el Señor muere, no tiene donde ser sepultado.
Hoy, hay muchos hombres y mujeres que salen obedeciendo al llamado de Dios que les dice: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra (Gn 12:1-3). Todo esto se aprecia muy hermoso, que Dios honre con todas estas promesas como lo hiciera con Abraham. Pero cuando se llega al lugar de la tierra prometida que es un desierto lúgubre, cuya semilla lanzada a la tierra se quema por la indiferencia de los lugareños. Sólo hay que hacer uso de la fe en nuestro Salvador Jesucristo para poder seguir adelante con la responsabilidad que se ha asumido. ¡Negarse a sí mismo, para que Cristo viva en el que está obedeciendo! La nostalgia empieza a debilitar la fe del creyente que quiere cumplir con lo encomendado. Especialmente cuando éste se encuentra en un país muy lejos de su patria y de sus seres queridos. En un país cuyas costumbres son tan diferentes, tanto alimenticias como culturales, un idioma diferente que a veces resulta no tan fácil de aprender, y que en ocasiones impone una barrera para comunicarse y expresar sus sentimientos tal como son. Un lugar en donde el clima es tan diferente que a veces comienza de a poco a minar el cuerpo acostumbrado desde la niñez a uno más benigno. El creyente empieza a recordar las virtudes de aquellos que no podía soportar cuando estaban a su lado, los defectos eran necesarios en aquel hermano o hermana para que él no fuera demasiado perfecto ante los demás en la iglesia.
Es aquí, viviendo esta experiencia, cuando se comprende a los hermanos israelitas cuando lloraban recordando cómo en Egipto tenían abundancia de pan, de frutas, de carne (Ex 16: 3). Se aprende a pasar hambre, vivir llenos de limitaciones. Y a cada rato viene el que nunca se duerme hablando a sus oídos: ¡Regrésate, qué haces aquí! ¡Nadie te escucha, nadie te cree lo que tú estás viviendo! Y muchas veces darán ganas de responderle a este mentiroso consejero: ¡Lo haría si tuviera los recursos! Como en más de alguna oportunidad tal vez habrá sucedido. ¿Cuántos misioneros habrán claudicado a través de los tiempos, porque no estaban preparados para vivir llenos de limitaciones, como hoy están sufriendo en silencio otros tanto de ellos, esperando sólo en la misericordia de su Señor, a quién están obedeciendo? ¿Será necesario tantas limitaciones para estos voluntarios servidores de Cristo, mientras otros viven en holgura, olvidándose de que hay otros que están tan necesitados de una mano colmada de bondad? ¿Será necesario este árido desierto para que le forme el carácter a este modesto misionero que con su esposa y sus hijos están pasando por el crisol por amor a las almas de un país ajeno al suyo? ¿Cuántos hijos de estos fieles de Cristo se han alejado de la fe como consecuencia de la indiferencia de la Santa Institución que los ha enviado? ¿O todo esto es solo resultado de la falta de comunicación de los enviados hacia sus superiores?
Esta soledad es muy cruel para el que la está viviendo. Predicamos caridad, pero en el momento de practicarla, preguntamos: ¿será necesario dar tanto? Y la respuesta es: ¡Siempre será poco…! ¡Ya que un alma vale más que todos los tesoros del mundo! ¿Cuánto más el alma del que está tratando de alcanzarla para que ésta no se pierda, sin contar a veces con los recursos necesarios? Esta soledad es dolorosa, por que es incomprendida por los que envían misioneros fuera de su patria y a veces los abandonan a su suerte.
Dios siempre cuidó de Abraham, éste a su vez fue motivo de bendición por donde quiera que él pasara, porque su Señor le colmaba de lo necesario. Dios nunca dejó de comunicarse con Moisés mientras duraba su travesía por el desierto, y no le permitió que viviera limitación de ningún bien. Un enviado puede tener muy buena voluntad, pero si tiene poca fe para esperar en el Señor, entonces viene la desesperación que puede deteriorar su espíritu de obediencia y servicio a su Dios. Amado hermano o hermana aunque usted sienta que hay nadie a su alrededor, y aún más, sus ojos llenos de lágrimas así lo confirmen, Jesús nuestro Señor le dice: ¡no estás solo! ¡No estás solo! ¡Créelo hermano! ¡El Padre está contigo!
Y a nosotros, el Señor nos dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, ¿preguntaremos como el intérprete de la ley: Y quién es mi prójimo? ¿Será mi hermano enviado como misionero fuera de su patria?
—Testigo Fiel
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