La Meta

May 13, 2011

Muchas son las ocasiones en que nos vemos enfrentados a definir alguna de nuestras metas, e.g., cuando se nos entrevista para acceder a un trabajo, en una sesión de orientación para escoger un programa de estudios universitarios, en algún curso de filosofía, en conversaciones con nuestros amigos, y en general cada vez que en la vida nos encontramos frente a una encrucijada que amenaza con extraviarnos. Lo cierto es que la palabra meta posee varios significados según el ámbito donde ella se utilice, e.g., en el deporte, en los negocios, en la ciencia, en la ingeniería, etc., pero normalmente se usa para indicar el fin a que se dirigen las acciones o deseos de alguien [1]. Y dependiendo del horizonte de tiempo que escojamos como referencia, algunos podrían definir una meta de corto plazo—generalmente un año o menos—u otros podrían definir una meta de largo plazo—hasta cinco años o un poco más. Sin embargo, la pregunta interesante de responder aquí es: ¿cuál es nuestra meta en la vida? Es decir, aquel supremo destino que nos guía y al que se subordinan todas las otras metas que podamos tener, sean éstas de corto o largo plazo.

Cuando tratamos de esbozar una respuesta a tal pregunta, la perspectiva filosófica, el marco valórico y el trasfondo religioso que poseemos aparecen de inmediato. Naturalmente, una persona que no conoce a Dios siempre tendrá como meta algún principio filosófico o aspecto moral para dar coherencia a los actos de su vida. Pero en el caso de quienes afirmamos ser cristianos, la meta debe estar alineada con el propósito de Dios hacia nuestras vidas, el cual abiertamente se expresa en las escrituras. Por tanto, es de suma importancia que podamos meditar cuidadosamente en la respuesta que damos a esta pregunta. Entre más pronto descubramos nuestra verdadera y más profunda motivación en la vida, ¡mejor! Sólo así, estaremos a tiempo para redefinir la meta de acuerdo a lo que Dios anhela para nosotros, antes que nuestros esfuerzos y acciones en la vida produzcan frutos de frustración e infelicidad. Es por esta razón que el Predicador recomienda: Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento (Ec 12:1).

Pablo manifiesta claramente en una de sus cartas que él no avanzaba por el camino de la vida como a la ventura, sino que por el contrario, cada paso que él daba lo acercaba más a su meta o destino. El dice: …pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Fil 3:13-14). Es decir, el llamamiento supremo de Dios es hacia una meta que debe ser, como en Pablo, el hilo conductor del obrar cada día de nuestras vidas. Pero, ¿cuál es esa meta? ¿Es estar en la casa de Dios todos los días de nuestra vida? Sin duda que debemos contemplar la hermosura de Dios e inquirir en su templo, pero esa no es la meta, sino una consecuencia de proseguir a la meta. ¿Es la meta llegar a servir a Dios en alguna posición dentro de la jerarquía eclesiástica de una iglesia? Desde luego que es una honra para el cristiano servir al Señor en lo que él ordene, pero esto en sí no es la meta, sino que debería ser una consecuencia de proseguir a la meta. ¿Es la meta llegar a ser un evangelista o tal vez un gran predicador? Ciertamente, estos podrían representar nobles anhelos en la vida del cristiano, pero no pueden ser la meta, sino sólo una consecuencia de proseguir a la meta. ¿Es la meta del cristiano escapar del infierno? Tampoco ésta puede constituir la meta, sino el efecto de proseguir a la meta. ¿Es la meta llegar algún día a las moradas celestiales?  Tampoco ésta es la meta,  sino sólo el lugar donde nuestra carrera termina y es la gran consecuencia de proseguir a la meta. Si ninguna de estas cosas constituye la meta, ¿cuál es la meta entonces?

Pablo también nos dice en Romanos (8:28-29): Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. En otras palabras, Dios señaló con muchísima anticipación una meta, un destino o un punto de llegada para todos los creyentes—antes que todos viniésemos al escenario de esta tierra. ¿Y cuál es esa meta? Que todos sean constituidos de acuerdo a la imagen de su Hijo, Jesús. Por tanto, esa es la meta que debemos individualmente abrazar: llegar a ser la imagen de Jesús. Cada cosa que hacemos, pensamos o hablamos; actividades que van día a día consumiendo el tiempo de nuestras vidas deberían ser puramente el resultado de acercarnos cada vez más a la meta de llegar a ser como Jesús. Similar a lo que ocurre cuando, por ejemplo, viajamos en un autobus de una ciudad a otra; el boleto que llevamos especifica el andén en el que debemos abordar y el destino hacia donde vamos. A medida que viajamos, mientras las horas pasan, vamos ya sea disfrutando del paisaje o descansando, y nuestro regocijo se acentúa cada vez más pues nos acercamos a nuestro ansiado destino. Pero que terrible sensación de intranquilidad y frustración es darse cuenta, después de recorrer mucha distancia, que por descuido hemos abordado el autobus equivocado, uno que nos lleva a otro lugar menos a nuestro destino. Lo mismo sucede cuando creyendo que vamos rumbo hacia nuestra meta, nos damos cuenta que nuestras vidas cada día se alejan más de llegar a ser la imagen de Jesús. Por esto es que Dios nos aconseja: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma… (Jer 6:16).

Cuando todo nuestro ser se centra en la dirección de la verdadera meta que es llegar a ser como Jesús, inmediatamente podemos discriminar aquello que es importante de lo que no lo es, aquello que es verdadero de lo que es simplemente falso, aquello que es conveniente de lo que es inconveniente. Teniendo en mente que lo importante, lo verdadero y lo conveniente contribuirá siempre a acercarnos más a nuestro destino o meta. En consecuencia, si examinamos con honestidad nuestras vidas podríamos tal vez llegar a descubrir muchas cosas ilegitimas que definitivamente nos apartan de la verdadera meta o destino. ¡Definitivamente! Y por supuesto la recomendación es solicitar a Dios que nos asista con su maravillosa gracia para erradicar lo antes posible tales cosas de nuestras vidas. Pero también podemos encontrar muchas otras actividades que, aún pareciéndonos muy legítimas, de igual modo podrían estar distrayéndonos de nuestra verdadera meta. Por ejemplo, el caso de Marta, quien se preocupaba con muchos quehaceres (o actividades) para servir al Maestro—y seguramente a otros que con él estaban. ¡Algo absolutamente legítimo! Sin embargo Jesús le reconviene diciendo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada (Lc 10:41-42). María se encontraba sentada a los pies de Jesús alimentándose de sus palabras. Ambas mujeres estaban sirviendo al Señor, pero solo una de ellas estaba haciendo algo que realmente la acercaba más hacia la verdadera meta. Esto nos muestra que el secreto para avanzar día a día hacia tan ansiada meta no está en la cantidad de cosas o actividades que hacemos para el Señor, por muy legítimo que ello nos parezca, sino más bien en oír al Maestro sus instrucciones para hacer aquellas cosas que él sabe que nos acercarán más a la meta de ser como él. En otras palabras, Dios está interesado en que avancemos en parecernos a Jesús, nuestro modelo; en que cada día seamos más mansos, humildes, misericordiosos, limpios de corazón, pacificadores y amantes de la justicia. Y por tanto, toda cosa o actividad que hagamos debe ser sólo consecuencia de proseguir a esa meta.

La pregunta es: ¿aquellas cosas que van consumiendo poco a poco el tiempo de nuestras vidas, las hacemos como resultado de ir acercándonos cada vez más al destino o meta que Dios fijó de antemano para nosotros, o en realidad hay otros motivos detrás? Si aquel destino supremo que nos guía es el anhelo de querer ser hechos a la imagen de Jesús, entonces el regocijo de sentir que cada día el Espíritu Santo de Dios transforma nuestras vidas será siempre abundante en nosotros. Por otro lado, si en un honesto autoexamen determinamos que es otro el motivo detrás de nuestro actuar, aún estamos a tiempo para redefinir nuestra meta. De lo contrario, a medida que el tiempo avanza descubriremos que no habrá contentamiento en nuestras vidas, sino solo frustración. Es similar a ir viajando en el autobus equivocado. El Espíritu Santo es el único que puede hacer la labor de transformación en nuestras vidas hacia la imagen de Jesús. ¡El es el autobus correcto! ¡El que nos lleva a la meta! Por eso es que Pablo decía: Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2Co 3:18). ¡Oh, Dios mío, ayúdanos para verdaderamente proseguir a la meta!



Referencia:
[1] Diccionario de la Real Academia Española (2011). Accesado en Abril 10, 2011, desde:  www.rae.es.

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