La Inmutabilidad de Dios

February 08, 2011

A menudo, el comienzo de un nuevo año hace reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro. Lo cierto es que, para mejor o peor, nada es igual que ayer. El hoy no es el mismo que imaginaba ayer. Numerosos eventos añadidos a la historia van cambiando la forma como se vive el presente y como se percibe el futuro, lo que obliga a tomar a veces decisiones distintas, incluso, a considerar alternativas que hasta ayer pudieron haber sido descartadas. Cada uno de nosotros ya no es el mismo. Nuestro cuerpo va acumulando días menos en su vida útil y su desgaste muestra que los años no transcurren en vano. Nuestra mente recopila cada día que pasa más experiencia, lo cual, junto a otros factores genéticos y químicos, nos hace juzgar de manera diferente un mismo hecho. La opinión y simpatía que ayer merecía determinada circunstancia, hoy puede ser radicalmente opuesta.

Las personas que nos rodean ya no son las mismas. Al igual como nosotros, ellas van siendo afectadas por diversos sucesos que marcan su comportamiento frente a otros. Actitudes, actividades o cosas que ayer eran agradables o indiferentes para alguien, hoy podrían simplemente no serlo. Nuestra vida en sociedad ya no es la misma. El cambio o el refuerzo de ciertas conductas en cada uno de nosotros configuran, en suma, un escenario que hace a la sociedad en conjunto reaccionar de determinada manera, generando cambios en la humanidad que afectarán nuevamente a cada individuo. Hoy mismo vemos que el mundo ya no es el mismo. Nuevas amenazas, nuevos conflictos, nuevas guerras, nuevas crisis, más violencia, más hambre; también hay nuevas oportunidades y nuevos éxitos.

La ciencia ya no es la misma. El conocimiento se enriquece y da lugar a nuevas teorías o explicaciones que destierran o afirman las ya existentes. Nuevos descubrimientos que abren o cierran oportunidades al desarrollo tecnológico. Lo que hoy se acepta como verdad, ¿será lo mismo que se acepte mañana? En esto parece no haber plena consistencia.

La naturaleza ya no es la misma. Los árboles dejan caer su fruto en una estación, y botan sus hojas en otra, hasta que se cansan. Selvas vírgenes hallan gracia ante la explotación indiscriminada. Algunos animales cumplen su ciclo, otros ya casi se extinguen. La tierra se erosiona, también se recupera. Los cielos de ozono se debilitan, aumenta la contaminación en el aire, los mares se embravecen y el calentamiento global parece más evidente. El sol de nuestro planeta cambia lenta y paulatinamente su composición química disminuyendo su vida útil cada día que pasa. Asimismo, el universo se expande más y su desorden medido por el nivel de entropía se amplía de igual manera. En definitiva, vivimos insertos en un universo donde lo normal y permanente es el cambio. Y todo cambio conlleva a una situación mejor o peor. ¡Nada es igual que ayer! ¡Todo cambia! …Excepto Dios.

Dios es el único ser perfectamente consistente. Su carácter es inmutable, es decir, simplemente no cambia. La inmutabilidad de Dios es aquella perfección, por medio de la cual, Dios se despoja de todo cambio no solamente en su Ser, sino también en sus atributos, propósitos y promesas. Santiago (1:17) dice que El es el Padre de la luces en quién no hay mudanza, ni sombra de variación. Su perfección, santidad, veracidad, bondad y fidelidad-entre otros atributos-permanecen inalterados. Ellos no comienzan ni terminan, porque Dios no tiene comienzo ni tiene fin. Más bien, Dios es el principio y el fin (Apocalipsis 1:8). Nosotros somos seres temporales y cambiamos a medida que la dimensión unidireccional de tiempo avanza, pero El es el Señor del tiempo. Dios creó nuestro tiempo (1Corintios 1:7; Tito 1:2.) Su inmutabilidad revela su gran poder, un poder que nosotros no poseemos, para mantener completa consistencia de carácter. Y gracias a la inmutabilidad de su carácter es que el universo aunque en creciente desorden todavía no colapsa. “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos” (Malaquías 3:6). El no está sujeto a la inmadurez, la ignorancia, la falta de amor, la falta de visión, o los factores genéticos y químicos que influencian nuestros juicios, decisiones y acciones y que tan frecuentemente nos hacen ser inconsistentes o cambiantes. En simples palabras, Dios posee el poder para mantenerse asimismo perfecto y con perfecto autocontrol.

La inmutabilidad de Dios no implica que El permanezca inmóvil, pues Dios está siempre en acción, llamando a los hombres a que crean en él y le acepten en su corazón. Su amor es inmutable (1Corintios 13:8). Su amor siempre es “de tal manera” (Juan 3:16) que nunca se arrepentirá de haber enviado a Jesucristo. Su amor por nosotros nunca se debilitará. Nunca nos encontraremos con la sorpresiva desilusión de una carta enviada por Dios que nos diga “Lo siento, creí que te amaba, pero me he dado cuenta que mi amor por ti era algo pasajero.” Su poder es inmutable. El nunca ha perdido ni perderá poder, El es el Dios eterno que “…No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance” (Isaías 40:28). Su evangelio es inmutable (Gálatas 1:6-8): El jamás cambiará de idea con respecto al evangelio que nos ha dado.

Por esta razón es que aún le seguimos invitando a Jesucristo, el todavía le sigue amando a Usted. ¡Venga a Cristo!

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