¿Si Dios existe por qué no le vemos? ¿O por qué El no se deja ver? Estas son algunas preguntas esgrimidas con frecuencia por personas no creyentes ante la realidad de la existencia de Dios. Se usa aquí la doctrina del "ver para creer", la cual paradójicamente inmortalizó Tomás el discípulo de Jesús (San Juan 20:25). Naturalmente, para quien ha gustado del poder transformador de Dios en su vida tales preguntas podrían no tener mucho sentido ya que la relación permanente con Dios hace al creyente andar por fe y no por vista (2 Corintios 5:7), y además dicha relación constituye la prueba más clara frente a tal cuestionamiento. Sin embargo, tratar de esbozar una respuesta a estas preguntas es de suma importancia no sólo porque es nuestro deber estar siempre preparados para presentar defensa ante quien demande razón de nuestra fe (1 Pedro 3:15), sino que con ello nuestra creencia se fortalece aún más.
Frente a tales preguntas, comúnmente se responde con un hecho palpable en nuestras vidas "no vemos a Dios, pero le sentimos." La verdad es que una realidad no puede ser negada por el simple hecho de que no exista evidencia ocular. ¿Podríamos negar que existe el aire por el sólo hecho de que no lo vemos? ¿O tal vez el viento? ¿O podría un físico negar la existencia de los electrones que no sólo son invisibles sino que materialmente inconcebibles, pero cuyas propiedades pueden ser medidas y sus efectos explotados (electricidad)? Así como en estos casos la realidad no puede ser refutada, tampoco la existencia de Dios y con mayor razón si toda persona que cree en El puede también experimentar efectos reales en su vida.
Lo impresionante es que Dios mismo responde a tales preguntas diciendo: "No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá" (Exodo 33:20). Por más que el hombre anhele ver a Dios con sus ojos naturales jamás lo logrará, porque existe una imposibilidad desde el punto de vista físico. Así también Dios no puede dejarse ver en toda su plenitud tal como El es, ya que la naturaleza humana por diseño no soportaría tal encuentro. Dios es Santo y la naturaleza del hombre corrupta. Pese a ello, Dios ha dado a conocer a la humanidad rasgos de su naturaleza, pero la totalidad de ella es incluso inimaginable por el hombre. Por eso Isaías dice (40:18): "¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?" Dios mismo instruye a su pueblo a no hacer imagen de El, pues dice: "ninguna figura visteis el día en que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego" (Deuteronomio 4:15).
Hablando en términos físicos, Dios confinó toda su creación en un espacio de tres dimensiones: largo, ancho y alto, más una cuarta dimensión de tiempo unidireccional (avanza en un sólo sentido). El hombre es un ser tridimensional y su mente le permite bosquejar todo hasta un máximo de tres dimensiones. ¿Podría el lector imaginar un objeto en cinco dimensiones? En el intento, tal vez, perdería su tiempo. A pesar de esta limitación, la ciencia del hombre ha deducido que, a parte del espacio tridimensional más la dimensión de tiempo, habrían otras seis dimensiones imperceptibles incluso con la utilización de sofisticados instrumentos, no importa cuan precisos ellos sean1. Es decir, es imposible para el hombre percibir y más aún imaginar como un todo las diez dimensiones espacio-tiempo en las que estaría operando el universo.
Siendo Dios un ser que trasciende su creación (Hebreos 11:3; Apocalipsis 1:8), es decir que opera en una realidad más allá de la nuestra, y habiendo la ciencia derivado la existencia de diez dimensiones, se deduce que Dios debería estar operando en un número mínimo de once dimensiones. La escritura establece que Dios es un ser ilimitado (Isaías 40:28). Muestra de la extradimensionalidad de Dios se ve en Juan (3:13) cuando Jesús declara estar en el cielo mientras conversa junto a Nicodemo. También cuando Jesús después de haber resucitado se apareció en medio de sus discípulos estando las puertas cerradas (San Juan 20:26), atravesó las paredes con su cuerpo físico (de carne y hueso), no era un fantasma pues incluso comió con ellos (San Lucas 24:42-43). La pregunta es: ¿Cómo podría un ser de naturaleza limitada (tres dimensiones) ver a un ser ilimitado que opera en al menos once dimensiones? O de otro modo: ¿Si para el hombre es imposible percibir diez dimensiones (incluso con ayuda de los instrumentos más precisos), podrá ver a Dios que opera en un número desconocido de dimensiones (al menos once)? La respuesta es ¡No! Para entender mejor esta idea, veamos el siguiente ejemplo en la Figura 1.
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Figura 1: Personaje en dos dimensiones |
En la Figura 1 se muestra un personaje dibujado en dos dimensiones: ancho y largo. Perdone el lector la simplicidad del ejemplo, pero supongamos que este personaje es un ser vivo que puede moverse, interactuar y posee cierto nivel de inteligencia para comprender su ambiente bidimensional del cual forma parte. Aunque su inteligencia le permita entender que él y su mundo están circunscritos a dos dimensiones: ancho y largo; nunca podrá imaginar el mundo de tres dimensiones (ancho, largo y alto) al cual nosotros pertenecemos. El podría tal vez deducir con su inteligencia que existiría una tercera dimensión (alto) más allá de su mundo bidimensional (ancho y largo). Pero difícilmente él lograría siquiera darse cuenta de nuestra existencia, menos de comprenderla. Aunque el personaje de la figura tiene su rostro en dirección hacia nosotros, nunca se percatará de que nosotros estamos mirándolo. Podríamos mover nuestra mano frente a él para llamar su atención o incluso casi tocarlo, pero él no podrá vernos pues su vista está circunscrita a un mundo de dos dimensiones (ancho y largo). Esto es, puede ver con sus ojos en cualquier dirección hacia el largo y ancho de su mundo, pero no puede ver hacia la dirección nuestra (alto).
Algo habría que hacer entonces para revelar a este personaje nuestra existencia. Una posibilidad es simplemente forzarlo a que nos vea, pero dado que físicamente es imposible para él vernos desde su mundo bidimensional, la única alternativa es traerlo a nuestro mundo tridimensional. No obstante, sacarlo de su mundo implicaría necesariamente destruirlo pues su naturaleza no resistiría estar presente en un mundo tridimensional. ¡Pero destruirlo no es la idea! Eso sería traumático para otros seres del mundo bidimensional. ¿Existe otra posibilidad? ¡Sí!, podríamos tal vez enviarle un "mensaje" confinado al mundo bidimensional en donde él vive, así se daría cuenta que nosotros existimos y estamos observándole, aunque no nos pueda ver ni entender completamente.
Similar es lo que acontece con la realidad del hombre. Aunque Dios siempre nos está rodeando, físicamente estamos incapacitados de poder verle, porque El es un ser ilimitado operando en un número de dimensiones que incluso desconocemos (a lo menos once). Por eso es que Job dice: "He aquí que él pasará delante de mí y yo no le veré; Pasará, y no lo entenderé." (Job 9:11); "He aquí yo iré al oriente, y no lo hallaré; Y al occidente, y no lo percibiré" (Job 23:8). Como se mencionó anteriormente, Dios mismo sentenció "No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá." Pablo no sólo afirma que ningún hombre ha visto ni puede ver a Dios, sino además dice que Dios habita en luz inaccesible (1Timoteo 6:16). Es decir, si Dios forzara la naturaleza humana (tal cual somos) a estar en su presencia, su santidad y la incompatibilidad de nuestra naturaleza tridimensional con la gloria ilimitada donde El habita nos destruiría en forma instantánea. Por ello es que Dios promete dar al creyente un cuerpo incorruptible de gloria, el cual nos permitirá habitar en su presencia (1Corintios 15:53-54).
La escritura nos enseña en Romanos (1:20) que el eterno poder y deidad de Dios se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no hay excusa. Pese a que la creación por sí sola es evidencia clara y suficiente para que todo ser humano sea alertado de la intervención de un creador, Dios ha buscado a través de los tiempos diversas maneras de revelar al hombre su existencia. La mayor revelación que Dios ha provisto a la humanidad—incluso registrada en los anales de la historia—fue el envío de un mensajero al mundo (Isaías 7:14), su hijo Jesús, que no era otro sino Dios encarnado y confinado a un cuerpo tridimensional sujeto a las mismas limitaciones que nuestros cuerpos. ¡Jesús es la revelación de Dios en persona! El es "el mensaje tridimensional" enviado por Dios a nuestro confinamiento para alertarnos de su existencia. Juan dice que a Dios nadie le vio jamás (tal como El es), pero Jesús su hijo le ha dado a conocer (San Juan 1:18). Pablo también señala que Jesús es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15). Cuando Felipe dijo a Jesús: "Señor, muéstranos al padre y nos basta." Jesús le respondió: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras." (San Juan 14:8-10). Jesús descendió desde aquella gloria ilimitada, de luz inaccesible, donde habita Dios para traer un mensaje de novedad, viniendo a revelar lo que había más allá de este universo, a fin de que el hombre por su incapacidad natural de ver más allá de su confinamiento físico no se distrajera llegando a pensar que estaba solo y que su existencia se debía a la mera obra del azar. Hablando a los hombres, Jesús decía: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho…" (San Juan 14:1-2). Más aún, en su mensaje, Jesús traía una promesa derivada de la voluntad de Dios: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió… Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero." (San Juan 6:38,40). De modo que Jesús a parte de venir a alertar a los hombres acerca de la existencia de un Creador, vino a ofrecer vida eterna para todos aquellos que no sólo quieran ver el rostro de Dios, sino además quieran vivir con El en su gloria. Para alcanzar esta promesa se debe aceptar a Jesús como el enviado y guardar sus palabras. ¡Que suerte de aquella generación! Dios estuvo habitando entre ellos (San Juan 1:14); muchos lo vieron y compartieron con él, mas no todos le conocieron y le recibieron (San Juan 1:10-11).
¿Podrán aquellos que no recibieron a Jesús argumentar que jamás vieron a Dios y esconderse en su limitación natural para ver más allá de este universo? Lamentablemente no, pues señal les fue dada y ellos no la recibieron. ¿Y que hay de nosotros? ¿Podremos argumentar que Jesús lamentablemente no vivió en nuestra época como para haber visto al mensajero y escuchado su mensaje? ¡Tampoco hay excusa! Porque todas las cosas fueron escritas para que creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengamos vida en su nombre (San Juan 20:31). De modo que quienes no tuvimos el privilegio de vivir en la época de Jesús debemos creer a la revelación escrita por Dios: la Biblia. En ella se enseña todo, desde la creación de este universo al cual la humanidad fue confinada, pasando por la naturaleza de Dios, la naturaleza del hombre, los hechos de Jesús en la tierra, la forma como el hombre puede establecer una relación personal con Dios, hasta predicciones de acontecimientos futuros que enfrentará la humanidad.
Estimado lector, nuestra incapacidad natural y física de ver a Dios cara a cara no es motivo para refutar su existencia. Es maravilloso pensar como Dios ha tomado cuidado de nosotros también, alertándonos mediante una revelación escrita sobre su existencia sin que tengamos que verle. Jesús refiriéndose a nosotros dice: "…bienaventurados los que no vieron, y creyeron." (San Juan 20:29). Mayor bendición hay para aquellos que sin ver creen en Dios. La revelación escrita, por sí sola, al igual como la creación, es suficiente para que todo ser humano sea alertado de la existencia de Dios, aunque no podamos ver ni entender completamente. "Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido." (1Corintios 13:12).
Referencia
[1] Schroeder G., (2001), The hidden face of God, Free Press, New York.
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