El profeta Amós vivió en carne propia el desprecio por comunicar al pueblo de Israel la Palabra de Dios. Un molesto Amasías, sacerdote del pueblo, en forma despectiva le dice: «… vete, huye a tierra de Judá, y profetiza allá…» La ceguera religiosa instalada en esa época no les permitía ver que no despreciaban a Amós, sino a Dios mismo. Por tal razón, Jehová el Señor les envió uno de los juicios más terribles que puede caer sobre la humanidad: la escasez de la Palabra de Dios. Llegaría un tiempo en que el pueblo buscaría sediento y hambriento su palabra, pero no la hallarían. Cualquier otro juicio es la nada misma en comparación a este.
El llamado a nuestra generación es a no despreciar la Palabra del Señor. Aun así, Pablo advierte que llegará el tiempo en que la gente, al igual como Amasías y los de su época, no escuchará más la sólida y sana enseñanza de la Palabra de Dios. Sino que seguirán sus propios deseos, buscando maestros que les digan lo que sus oídos anhelan oír. Pablo sentencia: «apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.» ¿Somos nosotros esa gente?
Dios libre a nuestra generación. La marca característica del creyente es que su deleite es la Palabra de Dios. ¿Y cómo no se ha de amar? ¡Ella es la verdad que trae vida! ¿Cómo no se ha de desear? ¡Ella es la verdad que santifica!
--RJM
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