La revelación del Padre

March 15, 2017

Allí, en pleno desierto, luego de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, en extremo debilitado por la angustia emocional y física que produce la falta de alimento en el cuerpo, enfrentándose al cruel tentador, Jesús entrega un significativo dato relacionado con la forma como Dios diseñó al ser humano: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4:4.)

De la misma manera como el alimento físico es necesario al cuerpo humano con la finalidad de obtener energía—una vez digerido—para que sus órganos vitales funcionen y así mantenerse vivo,  la palabra de Dios constituye el alimento esencial para que el espíritu humano viva. De hecho, el hombre y la mujer disfrutaban continua y abundantemente de la palabra de Dios en el Edén, la cual se paseaba en el huerto. Posterior al pecado de Adán y Eva, este alimento espiritual escaseó de tal manera que toda su descendencia fue sumida sin remedio en delitos y pecados.

Jesucristo no sólo trajo de vuelta la palabra del Padre, alimento espiritual que puede dar vida al espíritu humano, sino que lo puso abundantemente a disposición de toda la humanidad. Jesús decía: Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar (Jn 12:49.) Y vuelve a mencionar: el que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió (Jn 14:24). Enfatizando en que los esfuerzos humanos son incapaces de producir vida espiritual en hombres y mujeres, Jesús enseñaba: el espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida (Jn 6:63.)

La palabra o revelación del Padre es lo que decodifica vida en el espíritu humano generando cambios en todos los ámbitos del quehacer del hombre y la mujer. Es importante remarcar que poseer la revelación del Padre no es lo mismo que tener conocimiento bíblico. Si así fuera, entonces muchos ateos o religiosos muy lúcidos en el conocimiento bíblico podrían irreflexivamente ser  transformados a una nueva vida. El mismísimo Satán que diestramente citó las escrituras al Señor Jesús no ha sido transformado por ellas. Otro ejemplo son los escribas y fariseos, quienes fueron certificados por  Jesús como teniendo la doctrina correcta, pero sin vida espiritual para obrarla. En nuestros días, hay musulmanes eruditos con un conocimiento bíblico impresionante, el cual es empleado con habilidad para debatir—e incluso avergonzar—a los mismos cristianos, sin embargo, ese conocimiento no genera vida interior.

En las iglesias de hoy, existen muchas personas supuestamente cristianas, incluso en posiciones de liderazgo, que sin duda tienen conocimiento bíblico, pero carecen de la revelación del Padre. Es la razón por la cual se ve tanto escándalo y desprestigio entre el pueblo cristiano.

La pregunta entonces es ¿cuál es la condición para que recibamos la revelación del Padre?

Si llegar a entender la verdad del evangelio dependiera del coeficiente intelectual de la criatura, con seguridad muchos de nosotros estaríamos fuera de este hermoso camino. Le plugo al bondadoso Padre no usar tal criterio, sino mostrar su verdad a los que son como niños. Así lo manifestó Jesús: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó (Mt 11:25-26.) De esta expresión se desprende de manera inequívoca que es una verdadera honra que el Padre llame a alguien de las tinieblas a su luz admirable. En ningún caso, significa que Dios no llame a personas intelectuales o entendidas, pero la condición para recibir la revelación del Padre y aun entrar al reino de los cielos es ser como niños (Mt 18:3; Mr 10:15.)

Hay dos características observables en general en cualquier niño, especialmente de hasta cinco o seis años de edad, sin importar sexo, raza, cultura o afiliación religiosa de los padres. La primera de ellas es que el egoísmo consciente se encuentra en una fase de formación, y por tanto, aún sin esclavizar totalmente el carácter. De modo que a esa edad el niño es todavía virtuoso en humildad, la cual se manifiesta como confianza y obediencia plena en su padre. Cualquier cosa que éste dice o hace constituye sencillamente el estándar que el niño asimila para basar su comportamiento.1 La humildad es precisamente una característica que Dios aprecia en el creyente. Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos (Sal 138:6.) De hecho, cuando Jesús llamó al pequeño niño y le puso en medio de sus discípulos, enseñó explícitamente: … cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos (Mt 18:4.)

La segunda característica es que la malicia—aunque latente—todavía no permea la forma de pensar. Ciertamente, un niño comete acciones indebidas fruto de la propensión natural hacia lo malo que todo ser humano lleva a cuestas, pero tales acciones no emanan de una mala intención consciente. A esto precisamente apunta Pablo cuando recomienda: …sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar (1Co 14:20.)

Un ejemplo interesante en la escritura es el de Moisés, en cuya vida la revelación del Padre fue muy poderosa. Dios mismo afirmó: cara a cara hablaré con él [Moisés], y claramente, y no por figuras (Nm 12:8.) Es decir, a cualquier otro profeta Dios le hablaba en visión o se le aparecía en sueños, al pueblo de Israel le mostraba lo que ya había decidido, pero no así con Moisés, a quien Dios le daba a conocer sus pensamientos (ver Nm 12:1-8 y Sal 103:7). ¿Cuál era la razón? Moisés era muy humilde, de hecho, se le describe como el hombre más manso de todos los que habitaban sobre la tierra en esa época. Y es que tan sólo un hombre virtuoso en humildad puede rehusar llamarse hijo de la hija del faraón, así como preferir ser maltratado con el pueblo de Dios y considerar mucho mejor sufrir el vituperio de Cristo que cualquier otra cosa terrenal (He 11:24-26.) Un hombre noble y virtuoso en bondad intercede ante Dios por su pueblo de la manera como lo hizo Moisés: te ruego…que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito (Ex 32:31-32.)

¡Ese fue Moisés! Con razón la revelación del Padre era patente en su vida. Moisés se ajusta a las palabras de Jesús, él era como un niño.

En Pedro, se observa otro ejemplo de la revelación del Padre. Los estudiosos de la escritura en esa época nunca lograron conocer quién fue realmente Jesús. Hubo ciertas ocasiones en que ellos lo señalaron como el hijo de José y en otras como el hijo de María. Algunos también decían que Jesús era Juan el Bautista, otros que era Elías, y otros pensaban que era Jeremías o algún otro profeta. Es más, algunos entendidos en la escritura hasta lo llamaron Beelzebú. Sin embargo, a Pedro—un hombre rústico e iletrado—le fue revelado por el Padre que Jesús era el Mesías (Mt 16:13-17.) ¿La razón? A pesar de sus errores, Pedro se sometía a Jesús en todo.

Este histórico hecho sugiere algo muy importante para nuestros días. En lo esencial confirma que nosotros podríamos llegar a tener mucho conocimiento bíblico y todavía no saber quién es Jesús. ¿Por qué? Porque adquirir conocimiento bíblico no es equivalente a recibir revelación, pues el Espíritu Santo es quien revela la gloria de Jesús a los que son como niños.

Pablo es otro ejemplo de cómo la revelación del Padre puede transformar completamente a un hombre. En primer lugar, Pablo no fue rebelde a la visión del cielo que recibió camino a Damasco (Hch 26:19) y por medio de la cual terminó convertido en un apóstol de Jesucristo. En segundo lugar, todo lo que Pablo fue y consideró valioso antes, llegó a ser como basura frente al elevadísimo valor de conocer a Cristo (Fil 3:8). El anhelaba ganar a Cristo; i.e., que la revelación del Padre tomara pleno dominio de su vida. Por ello fue que a medida que pasaban los años Pablo llegaba a ser cada vez más humilde. Sólo un hombre que crece en humildad se considera a sí mismo como el más pequeño de los apóstoles (1Co 15:9) y al pasar los años como «el peor de todos los pecadores» (1Ti 1:15.) Para Pablo esto no era una formula, sino una opinión sincera en lo profundo de su corazón.

En la cristiandad de hoy, ¿cuántos pastores, evangelistas, misioneros o líderes en general considerarían sinceramente ser «el peor de todos los pecadores»?  ¡No lo sabemos! Puede ser que muchos tengan un concepto más elevado de sí mismos y se sientan confundidos en el fondo del corazón por el sólo hecho de pensarlo. Otros más osados, tal vez, lo afirmarían como una liviana manera de simplemente buscar honra ante los hombres en un acto de falsa humildad. Lo cierto es que estar poseído verdaderamente en el corazón por el mismo sentir de Pablo, es algo que se demuestra en el actuar ante Dios y en el trato hacia los demás, tanto en la iglesia como fuera de ella.

Por otro lado, Pablo también muestra ser virtuoso en bondad al manifestar su sincero anhelo de ser considerado anatema por amor a sus hermanos israelitas y que éstos pudieran alcanzar salvación en Cristo (Ro 9:1-5.)

Con razón Pablo exterioriza tan abundante revelación operando en sus exhortaciones a las distintas iglesias a las que escribió. Llama particularmente la atención como fue su predicación a los hermanos de Corinto. Primeramente, Pablo explica que permaneció entre ellos con debilidad, y mucho temor y temblor (1Co 2:3.) En segundo lugar, él les habló no con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder (1Co 2:4), teniendo en mente que la fe de sus hermanos no estuviera fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1Co 2:5.) Pablo continua explicando que todas sus palabras fueron reveladas a él por el Espíritu de Dios (1Co 2:13.)

¿Cuántos predicadores de hoy, a diferencia de Pablo, utilizan tácticas humanas para capturar la atención de la iglesia? Algunos hacen relucir su conocimiento utilizando palabras rebuscadas o construcciones teológicas. Muchos, abiertamente hacen notar sus títulos eclesiásticos como el de pastor, evangelista o apóstol; otros señalan su grado académico de maestro o doctor. ¿De qué sirve todo eso si no hay revelación? Y si hubiera revelación los predicadores no tendrían necesidad de usar tácticas humanas. Es más, ni siquiera se les ocurriría, pues el Espíritu de Dios enseñaría directamente a la iglesia. Pablo siendo una eminencia en su época, instruido a los pies de Gamaliel (Hch 5:34), se preocupaba de no atraer la mirada de los hombres hacia él, sino de que la fe de sus hermanos estuviera fundada en el poder de Dios. ¡Qué hermoso ejemplo!

Jesús, el buen maestro, pone a los niños pequeños como un ejemplo que está a la mano si se desea observar lo más próximo a ser una persona humilde y sin malicia. El amaba a los niños. No sólo les permitía acercase, sino que los cargaba en sus brazos y los bendecía. ¿Por qué? Porque Jesús mismo poseyó siempre esas dos cualidades en su vida.

Puede resultar difícil imaginar una persona adulta que sea humilde y sin malicia en todo tiempo o en cualquier circunstancia de su vida. No obstante, Jesús es la revelación del Padre hecha carne. El constituye el modelo perfecto de cómo es una persona humilde y sin maldad durante todo el transcurso de su vida. En atención a ello es que la escritura insta al creyente a mirar sólo a Jesús.

El apóstol Juan enseña lo siguiente: el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1Jn 2:6.) No hay opción, la manera como Jesús vivió en cada circunstancia debe ser revelada en nosotros por el Espíritu Santo, a través de la escritura, para que podamos vivir igual que él. Por otro lado,  Jesucristo dijo que la escritura testifica acerca de él y que debemos querer ir a él para recibir vida (Jn 5:38-40.) Todo esto es una clave que hemos de preservar en nuestro corazón: «a la escritura debemos ir a buscar revelación, no conocimiento», la revelación del Padre acerca de la vida de Jesucristo.

Si vamos a la escritura a buscar mero conocimiento, estamos destinados al fracaso, seremos cristianos con una capacidad intelectual admirable, pero sin vida. En cambio, si vamos a la escritura buscando sinceramente aquella revelación que proviene sólo del Padre, acerca de la vida de Jesús, obtendremos—como dijo Pablo—su vida espiritual (Gá 2:20.) Ya no seremos personas que confían en su propia capacidad, conocimiento, lógica, o propia prudencia, sino que nos volveremos cada vez más como un niño—i.e., humildes y sin malicia—que recurre al Padre para recibir su revelación divina. La cual nos alimenta para que tengamos vida.

--RJM

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Notas y Referencias
1. Es la razón por la cual las figuras paterna y materna son tan relevantes en la fase inicial de desarrollo del niño.

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