La Iglesia, el Ministerio de la Reconciliación y el Hesed

March 13, 2014

Por Eric Araya Navarrete
IEP Vallenar

La Segunda Epístola a los Corintios 5 dice:
17De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. 18Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 21Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
El día de hoy, reflexionaremos brevemente, en el llamado de Dios a la iglesia, en la comisión que el Señor nos ha entregado y cómo Él desea que la vivamos y experimentemos.

Desde los inicios comenzamos a descubrir a Dios como Aquel que desea comunicarse y relacionarse con el ser humano. Puso en un lugar privilegiado de la creación al hombre y a la mujer, y pactó con ellos (Gén 1-3). No dándose por vencido, después de la caída de la raza humana, escoge a Abraham y trata con Él. El Señor Todopoderoso limitaba Su poder para compartir con el hombre. Y le dijo al patriarca (Gén 12):
1[…] Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. 2Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. 3Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
Era el mismísimo Dios dictando estipulaciones y promesas, que habrían de cumplirse fielmente, pues Abraham se mantendría en el pacto. Y aunque cerró los ojos sus descendientes fueron testigos de como el Señor les sacó de la esclavitud y les condujo a la Tierra Prometida.

Pero fue por intermedio de Moisés que Dios pactaría con el pueblo de Israel, complementando así las bendiciones dadas a su padre. Les mostró Su misericordia y los rodeo con ternura, advirtiendo también de lo penoso de abandonar Su cobertura.
En el libro Deuteronomio 7 dice:
9Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; 10y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago. 11Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas.
Y es en este contexto que aparece la palabra hebrea hesed, vocablo utilizado poco menos de 250 veces en la Escritura y que comunicaba la fidelidad al pacto y el  cumplimiento de éste, buscando el bienestar del otro. Dios siempre fue ligado y caracterizado con hesed y esperó de Su pueblo la misma actitud. La misericordia (término con que se tradujo al español) y la perseverancia en Su camino. Lamentablemente Israel no guardó los mandamientos de Señor y se volcó a la idolatría. Y a pesar de las continuas admoniciones de Dios a través de Sus profetas, no hubo reacción. Después de una época de esplendor el reino fue dividido en dos y, posteriormente, cada una de las partes fue llevada cautiva a tierra extraña (2Re 17,18 y 25).

Pero la promesa había sido hecha a Abraham y Dios, por Su fidelidad a aquel que se mantuvo, la cumpliría. Había dicho: serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Envió a Su hijo unigénito a la tierra. Se humanó y nació en Belén, en el seno de la familia de David. Dios quería reconciliar al hombre con Él y nos proveyó de Jesús para conducirnos a un Nuevo Pacto, que vendría en reemplazo del Antiguo, para ser fiel a Su promesa. El hesed del Señor no escatimaba nada, su misericordia para con la humanidad era patente.

Ya no existiría limitación sanguínea para ser parte del trato con Dios, ahora ofrecía a todas las naciones volverse a Él por intermedio de Jesucristo. Como claramente lo mencionó Juan 1:
11A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. 12Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
El Señor quería tratar con el mundo completo sin distinción de raza, y reconciliar, rescatar del pecado y salvar, a todo aquel que fuera a Cristo. Jesús nos redimiría y nos mostraría el camino al Padre. De esta manera hoy podemos ser integrados al pueblo de Dios, dejando atrás las cosas viejas y haciéndolas nuevas. La Sangre de Cristo fue derramada por nuestros pecados y través del bautismo nos comprometimos a caminar en novedad de vida.

Ya no había cientos de leyes que cumplir o sacrificios que presentar. El Señor nos mostraba una vía más excelente y resumía en el amor a Dios y al prójimo los mandamientos (Mt 22:37-39). Los que nos conducirían a vivir piadosamente en Cristo, avanzando cada día para ser como Él y anhelando Su segunda venida para morar con Él.

De esta manera, el Señor y la Iglesia vinieron a ser las partes en este Nuevo Pacto, dejándonos como estipulación la predicación del Evangelio y el hacer discípulos, prometiéndonos la vida eterna. Así el mismo Jesús nos lo comunicó en Mateo 28:
19Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Cristo mismo nos encargaba el Ministerio de la Reconciliación y nos convertía en embajadores del Rey. Debíamos proclamar las Buenas Nuevas, llevar almas al Señor y acompañarlas en su transitar al Maestro. ¿Gran tarea, no? Exacto, un desafío muy grande reposa sobre nuestros hombros, pero la receta está en Jesús. Él nos dijo en Juan (13:15): Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.

Nos preguntamos ¿cómo hemos de hacerlo? Entonces ya tenemos la respuesta: en semejanza a Jesús. Pues en la persona de Cristo hallamos todo lo que necesitamos para cumplir nuestra labor y mantenernos fieles al llamado. Resuena nuevamente la palabra hesed.

Así la fidelidad de Dios y Su misericordia impactan la vida del creyente y el ministerio. Jesús nos lo demostró y ejemplificó en cada palabra y actuar, trazándonos la ruta y materializando el hesed en el Nuevo Pacto en cuatro vías. Las cuales debían ser transversales en nuestro caminar de creyentes e iban a constituir nuestra actitud de apoyo hacia el pacto.

Amar, servir, gobernar y someterse fueron los vocablos que comunicaron el sentir y la fuerza del Hesed por medio de Cristo. Por lo mismo, estos han de aflorar en cada uno de nosotros  y debemos ser intencionales en perseguir su desarrollo  y crecimiento.

Ahora, si bien por un tema práctico los separamos, en su conjunto nos significan hesed y siempre actuarán entrelazados. Y nítidamente lo vemos de esa manera en el ejemplo de Jesús y es lo mismo que se espera de nosotros. Nos corresponde amar y servir. Cristo nos amó y se entregó en servicio y sacrificio por nosotros.

Somos convidados en nuestra vida y ministerio a realizar lo mismo, a amar y servir a nuestro prójimo:
  • Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo (1Ti 2:5).
  • Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. 13 Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos (Jn 15:12).
También la obediencia y sometimiento caracterizaron a Jesús, y deben estar presentes en el caminar del cada uno de nosotros.
  • puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar (He 12:2-3). 
  • Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2:5-8).

Y no podemos quedar indiferentes frente al testimonio del Señor, sobre todo en lo que corresponde a gobierno y liderazgo: 
  • Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (Mt 20:25-28).
¡Wow! ¡Qué ejemplo! ¿Estaremos viviendo según lo que Dios espera de nosotros? ¿Nuestro ministerio estará comunicando el hesed? El Señor nos ayude y nos mueva a conducirnos como verdaderos hijos e hijas de Dios.

No podemos negar que muchas veces pareciera que el viejo hombre o mujer se apoderara de cada uno de nosotros, pero somos llamados a vestirnos del nuevo. La antigua vida ya pasó y hemos de caminar en novedad. Cristo se hizo pecado por nosotros, mas para constituirnos embajadores de Su reino. En amor, obediencia, sometimiento y servicio debemos ir y cumplir la comisión.

Hermanos y hermanas, nos corresponde acudir en pos del pecador y convidarle al Señor. Nos compete guiarle a Jesús y ayudarle en su proceso de maduración espiritual. Como también es una responsabilidad esforzarnos en avanzar tras las huellas de Jesús.

No olvidemos nuestro rescate ni posterguemos el anuncio de la reconciliación. Seamos embajadores y experimentemos el hesed, paso a paso y un día a la vez, guardando el pacto y velando por el prójimo.

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